Apóstol entre los jóvenes
Terminada su formación sacerdotal, una vez de vuelta en Chile en febrero de 1936, comienza su apostolado con los jóvenes. Las clases en el Colegio San Ignacio, en la Universidad Católica y en el Seminario Pontificio, permiten una estrecha relación con sus alumnos. El carisma de este apóstol atrae a los jóvenes más allá de las clases y muchos lo toman como director espiritual. Además de la enseñanza, tiene a su cargo Círculos de Estudios del Evangelio, la Dirección de la Congregación Mariana (que a su vez conduce a actividades apostólicas en los barrios pobres), retiros espirituales y la dirección espiritual de jóvenes universitarios, de colegios y liceos.
Su convencimiento fundamental es infundir en los jóvenes el amor a Jesucristo, y por esto le da gran importancia a los retiros espirituales. Varias veces durante el año impulsará a diversos grupos a un encuentro profundo con el Señor y a buscar con seriedad la voluntad de Dios. Es en uno de estos retiros donde afirma: «Todo cristiano debe aspirar siempre a esto: a hacer lo que hace, como Cristo lo haría en su lugar…». Y precisamente para promover y facilitar este ministerio, reúne fondos para construir la Casa de Retiros “Loyola” en la localidad de Marruecos, hoy “Padre Hurtado”.
En su actividad apostólica de formación y dirección espiritual, está siempre presente su preocupación vocacional, pues sufre al constatar la escasez de sacerdotes en Chile. Esta preocupación lo impulsa a publicar su primer libro La Crisis Sacerdotal en Chile, a fines de 1936. A él se deben muchas de las vocaciones sacerdotales que surgen en este tiempo. Asimismo, es considerado uno de los sacerdotes que más influye en los jóvenes de su generación, ya que siempre dice algo profundo, algo que los hace tomar una decisión para toda la vida. Y para esto, el encuentro con Cristo es fundamental: «El que ha mirado profundamente una vez siquiera los ojos de Jesús, ¡no lo olvidará jamás!». Expresiones como «¡Hay que “chiflarse” [volverse loco, enamorarse] por Cristo!», «¡Revestíos de Cristo!», «¡Instaurarlo todo en Cristo!»; son continuamente recordadas por los jóvenes de la época. Y a partir de este fundamento en Cristo, como una consecuencia lógica, les inculca la necesidad de servir a los más pobres, porque «ser católicos equivale a ser sociales».
Su evidente liderazgo lo lleva, a inicios de 1941, a ser nombrado Asesor Diocesano de la rama juvenil de la Acción Católica, cargo que desempeña con todo su entusiasmo. La A.C. había sido impulsada en 1923 por el Papa Pío XI, que la definía como la «participación y colaboración de los laicos en el apostolado jerárquico de la Iglesia», y significó un decidido impulso a la valorización de la participación activa de los laicos en la Iglesia.
El mismo año 1941 publica un libro que marcó una época: ¿Es Chile un país católico?,que con gran agudeza, optimismo y valentía abre los ojos de muchos católicos acerca de la verdadera situación del catolicismo en Chile, señalando el grave problema de la escasez de vocaciones sacerdotales. Su fecundidad pastoral lo lleva, a los pocos meses, a ser nombrado Asesor Nacional de la Juventud de la Acción Católica, cargo que ejerce hasta 1944. Son los años en que el movimiento alcanza su máxima irradiación e impulso. El P. Hurtado le dedica muchas energías a este apostolado, dando mucho fruto; recorre el país organizando los grupos y predicando retiros, tanto a los jóvenes como a los sacerdotes relacionados con la Acción Católica. Es el tiempo de las grandes procesiones de antorchas a los pies de la imagen de María Santísima, en el Cerro San Cristóbal, con miles de jóvenes, a quienes llama al heroísmo y a la generosidad: «Si Cristo descendiese esta noche caldeada de emoción les repetiría, mirando la ciudad oscura: ‘Me compadezco de ella’, y volviéndose a ustedes les diría con ternura infinita: ‘Ustedes son la luz del mundo… Ustedes son los que deben alumbrar estas tinieblas. ¿Quieren colaborar conmigo? ¿Quieren ser mis apóstoles?’». Su labor no es bien comprendida, y en abril de 1942, presenta la renuncia al cargo de Asesor Nacional, renuncia que es rechazada.
El trabajo continúa a lo largo de Chile. En 1943 la A.C. cuenta con 12.000 jóvenes repartidos en más de 600 centros de parroquias, colegios, escuelas, centros obreros y campesinos. Ese mismo año, crea el Servicio de Cristo Rey, para aquellos que se sienten llamados a un compromiso mayor y más estrecho con el Señor y la A.C. Sin embargo, incomprensiones en torno de la orientación que el Padre Hurtado le da al movimiento se siguen suscitando. Ello motiva, finalmente, a que renuncie indeclinablemente como Asesor Nacional de la Acción Católica, el 10 de noviembre de 1944. Si bien dejó su cargo en la A.C., el P. Hurtado continuó trabajando con jóvenes toda su vida.