Entretanto continúa su labor formativa con los jóvenes y sigue predicando retiros. Al mismo tiempo va creciendo en él un profundo anhelo por establecer un verdadero orden social cristiano: «Hemos de desear un orden social cristiano. Este supone el respeto a la Iglesia, a su misión de santificar, enseñar, de dirigir a sus fieles, y supone también algo tan importante como esto: que el espíritu del Evangelio penetre en las instituciones, y que las leyes se inspiren en la justicia social y sean animadas por la caridad». Para ello ve que urge el «estudio profundo de la doctrina social y la preparación de colaboradores mediante círculos de estudio, asociaciones cristianas, etc…». Por eso el 13 de junio de 1947, día del Sagrado Corazón, junto a un grupo de universitarios que quería trabajar en favor de los obreros y prepararse en el estudio de la acción social, constituye la Acción Sindical y Económica Chilena (Asich), como un modo de buscar «la manera de realizar una labor que hiciera presente a la Iglesia en el terreno del trabajo organizado». Con esto funda una vez más sus esperanzas en la acción de los jóvenes. Sin embargo, no tenían bien claro el camino a seguir. Un viaje a Europa realizado entre julio de 1947 y enero de 1948, para asistir a una serie de importantes congresos y semanas de estudio, le servirá para precisar sus objetivos de acción social. A su superior, el Padre Álvaro Lavín, le solicita el permiso para el viaje: «¿Será mucha audacia pedirle que piense si sería posible que asistiera este servidor al Congreso de París?… Le confieso que lo deseo ardientemente porque me parece que me sería de mucho provecho para ver las nuevas orientaciones sociales y de A.C. y Congregaciones Marianas… Si es audacia, rompa estas líneas sin mayores miramientos».
Otorgado el permiso, parte a Francia en julio de 1947. Participa en la 34ª Semana Social en París, pasa una semana en L’Action Populaire (centro de acción social organizado por los jesuitas franceses), y luego participa en la Semana Internacional de los jesuitas en Versalles, donde habla en dos oportunidades acerca de la situación de Chile. Su exposición es descrita como «un grito de angustia, pero al mismo tiempo, una irresistible lección de celo apostólico puro y ardientemente sobrenatural», y es considerado una de las personalidades más notables del encuentro. En septiembre participa en la Semana de Asesores de la Juventud Obrera Católica en Versalles. En octubre viaja a Roma, y tiene tres audiencias con el P. General de la Compañía de Jesús, quien le pide ayuda para la preparación de su famosa instrucción sobre el apostolado social de la Compañía; y el 18 de octubre es recibido en audiencia especial por S.S. Pío XII. Ambos le otorgan un gran apoyo. El propio Padre Hurtado afirma: «El mes romano fue una gracia del cielo, pues vi y oí cosas sumamente interesantes que me han animado mucho para seguir íntegramente en la línea comenzada. En este sentido las palabras de aliento del Santo Padre y de Nuestro Padre General han sido para mí un estímulo inmenso». En su camino de vuelta a Francia, desde fines de octubre hasta el 16 de noviembre, permanece en Économie et Humanisme, otra institución católica dedicada al estudio de los problemas sociales y económicos, con su fundador, el Padre J. Lebret. Con razón pudo escribir: «Acumulo toneladas de experiencias interesantísimas».
Después de este nutrido itinerario de congresos y entrevistas, el 17 de noviembre llega a París, para «encerrarme por un tiempo en mi pieza, pues las experiencias acumuladas son demasiado numerosas y hay que asentarlas, madurarlas, anotarlas». En diciembre escribe: «Aquí me tiene en París, haciendo vida de casa de retiro, encerrado en una pieza, lleno de libros… hay tanto que hacer, tanto que leer y meditar, pues, este viaje me lo ha dado Dios para que me renueve y me prepare en los tremendos problemas que por allá tenemos». Durante más de dos meses, hasta el 20 de enero, el P. Hurtado permanece casi sin salir de París.
De este viaje rescata muchos aspectos; su opinión general del movimiento católico social es ciertamente positiva, pero también se adelanta en ver ciertos riesgos. Por ejemplo, respecto del Congreso de Moralistas, ve «un afán excesivo de renovación» y una tendencia «a olvidar los valores reales de la Iglesia, la visión tradicional», tendencia que tiene como consecuencia dejar a la Iglesia «sin dirigentes auténticamente cristianos, sino con hombres de mística social, pero no cristiano-social»; pero, a la vez, señala que «por encima de todo hay mucho espíritu, mucho deseo de servir a la Iglesia, y una abnegación realísima como se demuestra en los trabajos que emprenden». Se fortalece en él una gran admiración por el compromiso social de la iglesia francesa.
De vuelta a Chile, estas experiencias le permiten madurar su proyecto de la Asich, poniendo como punto de partida su sólido fundamento en Cristo y su Iglesia. Su idea es «fundar una especie de Acción Popular combinada con Economía y Humanismo». Su proyecto incluye la fundación de un centro de estudios y de acción sociales, la difusión de la doctrina social de la Iglesia, estudios serios sobre la realidad social nacional y la preparación de dirigentes obreros y empresarios jóvenes con criterio social. La tarea es dura y no exenta de malos entendidos. La principal dificultad radicaba en la ley de sindicato único, que obligaba a todos los trabajadores a militar en el mismo sindicato, con el evidente peligro de politización: «Los obreros, a pesar de ser católicos en su casi totalidad, no tenían influencia alguna en cuanto tales y obedecían a consignas marxistas», como él mismo señala en 1951, recordando la situación que se vivía al iniciar la obra. La Asich nace entonces para ofrecer una vía alternativa a los obreros, centrada en la enseñanza social de la Iglesia, y con miras a defender la dignidad del trabajo humano por sobre cualquier consigna ideológica. Las críticas se repiten, sin embargo no logran desalentar al Padre Hurtado, quien se encuentra animado por las encíclicas a preparar a obreros y empleados para que tomen en sus manos la causa de la redención del proletariado, elemento substancial del orden nuevo.
En una carta de respuesta a las críticas recibidas, que revela la personalidad del P. Hurtado, señala: «Claro que hay muchos peligros, y que el terreno es difícil… ¿Quién no lo ve? Pero, ¿será ésta una razón para abandonarlo aún más tiempo?… ¿Que alguna vez voy a meter la pata? ¡Cierto! Pero, ¿no será más metida de pata, por cobardía, por el deseo de lo perfecto, de lo acabado, no hacer lo que pueda?».