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Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia

Escrito por Fundacion Alberto Hurtado

Posiblemente se trata de una meditación del retiro a jóvenes de Semana Santa 1944, del 5 al 9 de abril, en la comuna de Marruecos (hoy llamada Padre Hurtado).

Hambre y sed, dos palabras cuyo sentido desconocemos. Decimos que tenemos hambre cuando tenemos apetito y probablemente entre nosotros no habrá uno que durante varios días no haya podido encontrar alimento…. Por el contrario nos damos el lujo de regodearnos…

La sed no es una inquietud para nosotros. La bebida siempre está a nuestro alcance… Nos quejamos de sed en los pesados calores del verano, cuando nuestras cañerías suministran agua hasta para los jardines.

Por eso cuando oímos hablar de esa extraña bienaventuranza de los hambrientos y sedientos no llegamos a comprender bien su trágico sentido. Habría que hacer prácticas en el desierto, durante algún tiempo, en el desierto donde la sed significa la muerte, donde todas las rutas orientadas a los pozos de agua, donde algunas buchadas de un líquido fangoso parecen licor de gloria… en que la misma tierra está muerta de sed desde hace siglos… Eso se palpa en la Pampa… los que se lanzan a la travesía y perecen en el camino.

El hambre y la sed han perdido su espanto para nosotros y como consecuencia la comida y la bebida son realidades cotidianas y no bendiciones milagrosas. Y sin embargo, Señor, la santidad es hambre, es sed. Dame Señor esa hambre, dame esa sed.

Para sanar, porque estoy enfermo de pequeñas vanidades, no rumiarlas, una a una, sino que me penetre un hambre invasora que no afloje su opresión. Como la claridad del sol apaga la luz de las estrellas sin que sea necesario apagarlas una a una, podré limpiarme de una sola vez dejándome invadir por la gran preocupación de la justicia… Esta Justicia no es sólo el dar a cada uno lo suyo: es la santidad, la unión con vuestra persona. Esta justicia como la santidad, es Dios mismo.

¡Métodos de santificación! ¿Mirarme a mí? ¡¡Sí!! Pero sobre todo mirarlo a Él… Dejarme penetrar por Él… Que su presencia vaya transformándome y terminaré por parecerme a Él! Hambre y sed de Cristo, de ser como Él, de ser otro Él: “Vivo yo, ya no yo, es Cristo que vive en mí” (Gal 2,20). Pablo, el alcanzado por Cristo dice: “Sólo una cosa deseo: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús” (Flp 3,13-14), participar en sus trabajos.

Hambre… Hambre maldita del oro. ¡Lo que hace la sed de honores y del poder! Los paganos ávidos de gloria. Por la gloria, Alejandro: sus excursiones militares; Aníbal traspasa los Alpes; Napoleón… y yo mismo por vanidades ridículas, por parecer bien ¡qué no hago porque tengo hambre de mí! Pero si comenzáramos a amar la justicia, vuestra santa Justicia con la misma pasión y si la sirviéramos con el mismo anhelo feroz nuestras inercias desaparecerían y nuestros días serían llenos…

Esta hambre de justicia no es un simple tormento. Desearla, es comenzar a tenerla, y la saciedad banal jamás embota su frescura. Y no sólo de mi perfección: Hambre y sed de la perfección de los demás, de mis hermanos.

Tantos hombres de todas las razas del mundo que uno encuentra cada día de alma recta, bien dispuesta, más aun, hambrienta de verdad. El comunista de la mesa electoral…, el que tiene dolor al saber el mal de su hermano, el que sufre con el pobre chino que muere de hambre. Éstos con la gracia de Dios y la colaboración humana, podrían llegar a ser discípulos predilectos de Cristo.

Quiero desear para ellos la justicia con tal pasión que se vea forzada a visitarlos… Se parecen a los chicuelos de Galilea que se agrupaban en torno vuestro y no os conteníais de abrazarlos.

Esas pobres mujeres que pasan toda su vida en sus tareas domésticas y cuidados de la maternidad… meciendo al niño que llora, ordeñando sus vacas…. Su alma sencilla e ignorante vale más que la mía. ¡Dadles, Señor, vuestras gracias de consuelo y aliento!

Esos pobres pescadores y labradores; esos abnegados calicheros, esos mineros que bajan debajo del mar… Sus almas tienen hambre y tienen sed y esperan ser saciados.

Algunos quizás te van a perseguir en nosotros, Señor. “Os perseguirán creyendo hacer una ofrenda agradable a Dios…”, porque no te conocen (cf. Jn 16,2). Nos aguardan días difíciles, pero que no desaparezca el deseo de servirte en mis hermanos, formándote un pueblo santo, negándome a mí por ellos…

En beneficio de ellos te pido, Señor, que no dejéis se calme en mí el hambre y sed de justicia, y que ponga más alto que el nivel de mi egoísmo el deseo de formaros un pueblo Santo. Y para ello Dios mío, fundirme contigo, ser uno contigo. Tú me enseñas el camino: el misterio del agua y del vino: Ser como el agua del cáliz, que se pierde en ti.

 

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