El santo chileno se dejó interpelar por la figura del explorador, religioso y místico francés. Fruto de esa interpelación, estableció lazos de amistad y comunión con los continuadores de la obra de este, colaborando en su venida a nuestro país.
Bryan Barrios Grafe
Fundación Padre Hurtado. Comunicador social, Universidad Católica Cecilio Acosta, Venezuela.
Toda canonización es un acontecimiento eclesial cuya importancia trasciende el círculo que rodea a la persona canonizada. Es bien sabido que, al declarar a una persona santa, lo que se hace es decir que esta fue, en todo, la consumación de lo que significa ser un cristiano de verdad. En consecuencia, se trata de fijarse en ella, no para imitarla sino para sentirse estimulado en la aspiración de ser un discípulo de Jesús. Al menos, esto es lo que el papa Francisco afirma en su exhortación apostólica Gaudete et exultate, sobre la santidad en el mundo actual, recordando al Concilio Vaticano II.
Providencialmente, durante el mes de mayo, en el que se mira con atención al mundo del trabajo, la Iglesia Católica canonizó al sacerdote diocesano Carlos de Foucauld (1858-1916). Esto, en proximidad con el hito del próximo 18 de agosto, cuando se conmemora el 70 aniversario de la pascua de san Alberto Hurtado Cruchaga S.J. En este sentido, es estimulante, en este año de una fecha tan emblemática, que se haya canonizado al hombre a cuyos discípulos el Padre Hurtado en su momento animó y colaboró para que llegaran a Chile.
Carlos de Foucauld y el trabajo manual
En 1951 Alberto Hurtado le contaba a través de una carta a la señora María Larraín Valdés que “el padre Charles de Foucauld, llevado de una vocación extraordinaria, después de su conversión partió al centro del África a vivir dando testimonio de su fe y de su caridad en medio de los nómadas del desierto de Sahara. Allí mismo murió asesinado en 1917 (sic)”. Efectivamente, razón tenía al afirmar que la vocación de aquel hombre era algo extraordinario.
Foucauld, siendo de familia aristocrática, laureado con medalla de oro por haber realizado la exploración de Marruecos, con grandes dotes y conocimientos, recibió la gracia de una transformación profunda, valiéndose de caminos inusitados: “El islam me ha provocado una honda convulsión”, testimoniará en una carta del 8 de enero de 1901.
Luego de su conversión, descubre que para él existía un solo modelo de vida: Jesús de Nazaret. Después de muchas peripecias, decide encarnarse entre los nómadas y habitantes del desierto y “continuar en el Sahara la vida oculta de Jesús en Nazaret, no para predicar sino para vivir en la soledad, la pobreza, el trabajo humilde de Jesús” (abril de 1904). Vivir en medio de la gente pobre y sencilla, como uno más, dando testimonio de su fe a través del apostolado de la bondad: “Se hace el bien no en la medida de lo que se dice o se hace, sino en la medida de lo que se es”,escribió en sus consejos evangélicos.
Para Carlos de Foucauld, la vida de Nazaret implica vivir del propio sustento, del esfuerzo y del trabajo manual; ganarse el sustento, como lo hiciera la familia de Jesús en Nazaret. De ahí su amor por el trabajo obrero y el trabajo humilde. De hecho, años antes de establecerse en medio de los tuareg, vivió cuatro años como “personal obrero”, una especie de mandadero de las monjas clarisas en la ciudad de Nazaret. Luego de esto, su amor por el mundo árabe y, más específicamente, por los tuareg lo empujó a quedarse viviendo en Tamanrasset, lugar en el que desarrolla un trabajo científico de recuperación de la tradición oral de aquel pueblo. Finalmente, un grupo de rebeldes armados del desierto lo capturan y asesinan el 1 de diciembre de 1916.
Los discípulos de Foucauld y el sueño de Alberto Hurtado
Aunque quiso fundar una congregación religiosa, Carlos de Foucauld en realidad logró fundar una asociación espiritual consagrada al Sagrado Corazón de Jesús. Unas 49 personas estaban inscritas en ella en la fecha en que él murió. No fue sino hasta algunos años después de su pascua, y gracias a la preservación de su memoria por parte de su gran amigo Louis Massignon y la pluma del escritor Rene Bazin, que se fueron fundando grupos de vida religiosa en torno a su figura. Destaca, en este contexto, el padre René Voillaume, quien en 1933 funda la congregación de los Hermanitos de Jesús.
Inspirados en Carlos de Foucauld, los Hermanitos de Jesús solo buscan, en palabras de su fundador, “compartir la vida de los trabajadores asalariados pobres, o la de artesanos modestos, con el fin de ser pobres como ellos y a su modo”. Este estilo de vida religiosa inspiró profundamente a muchas otras personas, como a Magdeleine Hutin, parisina que en 1936 inició las andanzas fundacionales de las Hermanitas de Jesús y quien establece una fuerte amistad espiritual y cercanía con el P. Voillaume y sus religiosos.
En 1947 el padre Hurtado realiza un viaje a Francia y conoce el estilo de vida de ambos grupos y queda encantado: “Tuve la ocasión de conocer en Francia el movimiento interesantísimo de sacerdotes obreros, entre los cuales el más notable es el de los pequeños hermanos del Padre de Foucauld… Están establecidos en el Sahara; en el Camerún, en medio de los leprosos, entre los mineros, trabajando ellos mismos como mineros del carbón; en el Oriente, como obreros. Las hermanitas pastorean rebaños en los oasis del Sahara… Otras trabajan entre los gitanos viviendo ellas en un simple carro de gitanos. Es el apostolado más audazmente generoso que se puede concebir”.Así lo expresa en su carta de 1951, antes citada.
Pero ¿por qué al P. Hurtado le impacta tanto el estilo de vida de los discípulos y de las discípulas del Padre de Foucauld? La respuesta quizás la podemos hallar en una carta que le escribe al superior general de la Compañía de Jesús en 1949, dos años después de su viaje a Francia para asistir a un congreso sobre acción social, y dos años antes de confiarle a la señora María Larraín Valdés su admiración por aquel movimiento de vida religiosa.
“Perdóneme, mi Muy Reverendo Padre, que le diga también que muchos en la Compañía, sobre todo los jóvenes, esperan una orientación semejante. Me parece notar en ellos una inquietud: nuestra vida les parece a veces demasiado aburguesada. Ellos desean una pobreza y una austeridad no solo jurídicas, sino también real; incluso ellos desearían estar más cerca de la clase obrera por su género de vida y por una mayor consagración de sus ministerios a los obreros y a la clase media…”, expresa en ese escrito.
Un claro ejemplo de esa tensión entre los jóvenes jesuitas de aquellos años fue el testimonio de vida del padre Ignacio Vergara S.J. (1920-1988) quien, como sacerdote obrero, llegó a sentirse como un “extraño” o un “árbol quebrado” en la misma Compañía por el estilo de vivir su consagración religiosa. Quería ser pobre entre los pobres. Si se mira con perspectiva, es probable que gracias al Padre Hurtado y a su osadía de promover la presencia de los discípulos de Foucauld en Chile, Ignacio Vergara encontró una amistad segura con ellos en su particular vocación, tanto así que su pascua lo sorprendió en el seno de la comunidad de los Hermanitos del Evangelio, en Venezuela, con quienes estaba haciendo una experiencia sabática y ofreciendo lo mejor que tiene cualquier jesuita para ofrecer: acompañando en Ejercicios Espirituales.
Para Alberto Hurtado, era de capital importancia llevar una vida de inserción lo más humanamente real posible en el mundo de los pobres, y evitar a toda costa la no atención a las condiciones de vida de la gente empobrecida: tal empobrecimiento era mucho más evidente en el mundo obrero y entre aquellos que carecían de trabajo.
Solamente en los últimos cuatro años, según relata Hurtado a su superior, había dado alimento y hospedaje a unas cuatrocientas mil personas en situación de calle. “Ocuparme como sacerdote de los obreros, que son la gran mayoría de los chilenos, de una inmensa influencia en su porvenir y postrados hoy día en una situación extraordinariamente dolorosa. Desinteresarse de ellos me parece semejante al sacerdote y al levita que pasan junto al herido, sin ocuparse de él”(12 de febrero 1948. Carta a su Viceprovincial Álvaro Lavín).
¿Era eso posible, como jesuita? ¿Estaba en el horizonte apostólico de la Compañía de Jesús en Chile una vida de ese modo? Ciertamente, no. Por eso, no es de extrañarse que él mismo se admire, entusiasme y haga como suyo el deseo del P. Voillaume en escoger a Chile como el primer país en América Latina para realizar la fundación de una primera fraternidad que llevara y desarrollara una vida religiosa inserta en medio del mundo obrero. Ante este deseo, Alberto Hurtado expresa: “Creo que ha sido un don de Dios extraordinario el que el Padre Voillaume se haya interesado por hacer una fundación en Chile, la primera que hace en América. Quisiera el Padre que sus religiosos vivieran en una Población Callampa al mismo nivel que los demás obreros y trabajaran en la fábrica para ganarse el sustento…”.
Su amor por el mundo obrero, así como su ardor –mucho antes del Concilio Vaticano II– por ver hechos realidad sus sueños de una vida religiosa cuya opción preferencial por las personas empobrecidas fuera real y efectiva, lo lleva a él mismo a costear la fundación de esa primera fraternidad de hermanitos: “Yo me he hecho cargo de costearle los gastos de viaje y de su modestísima instalación en Chile”
Un sueño que se hizo realidad y aún continúa
Afirmar que la presencia de la familia espiritual del ahora san Carlos de Foucauld se debe al Padre Hurtado quizás sea algo osado, aunque también puede ser un acto de justicia. Sin embargo, hoy más que nunca y en medio de este ambiente de gratitud por el nuevo santo, es necesario recordar a quien fue un aliado de suma importancia para los discípulos y discípulas de Carlos de Foucauld en Chile.
La fundación de aquella fraternidad de religiosos que vivieran codo a codo con los pobres y por cuya obra el padre Hurtado se la jugó, incluso llevándose las manos a sus bolsillos, animándolos, acompañándolos espiritual y materialmente, se hizo realidad formando parte de su legado espiritual.
Aún hoy vive un hermanito de Jesús en Chile. Siguen presentes las Hermanitas de Jesús. Existen sacerdotes diocesanos que se inspiran en Foucauld, agrupados en la fraternidad sacerdotal. También silenciosamente florecen las mujeres consagradas en un instituto, mientras un número no menor de laicos y laicas forman parte de la Fraternidad Secular extendida por todo el mundo.
Vale la pena recordar los inicios de la presencia de la familia espiritual de Carlos de Foucauld en Chile y en el continente, justo en el actual momento jubilar y lleno de mucha memoria agradecida. Que San Alberto Hurtado se haya dejado interpelar por la figura del entonces P. Foucauld y que, como fruto de esa interpelación, haya establecido lazos de amistad y comunión con los continuadores de su obra, representa hoy una linda confirmación de la santidad y de la fuerza evangélica del mensaje de aquel a quien el papa Francisco propone como modelo de santidad, artesano de la paz y hermandad universal.
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