Escrito del Padre Hurtado.
Buscamos una orientación consistente y nos sentimos desorientados; la desorientación es tan profunda que nos alcanza a nosotros mismos, educadores.
Razón de esta desorientación: el mundo en que vivimos, dominado por problemas materiales formidables. En unos el problema es cómo ganarse la vida cuando la lucha por la existencia ha llegado a términos formidables; la desocupación que al terminar la guerra pasada inmovilizó a 10.000.000 hombres y que ahora se asoma como espectro en muchos hogares; en otros, la competencia económica de empresas nacionales o extranjeras que concentra todas las energías en una mejor producción y a un menor costo; en el estudiante, su carrera universitaria llena de exigencias en la que teme ver a veces puertas que se le cierran por temor de los que ahora son profesionales, a la competencia de los que vienen detrás de ellos, y al término de sus esfuerzos no sabe qué logrará después de tanto sacrificio… Situación de profesionales jóvenes que andan a la caza de trabajitos minúsculos porque no hay más. Empleados amargados en su, trabajo sin horizontes, mecánico, incapaz de despertar un entusiasmo y cuyo sueldo no le permite afrontar el problema de su matrimonio… Políticos, asqueados de su propio vocabulario de promesas huecas que se dan cuenta que no afrontan los problemas reales, que no saben cómo solucionarlos.
Soldados que han peleado una guerra… sin saber por qué, ni qué ha ganado el mundo después de ella. Militares que lucen uniforme y limpian armamento que nunca han de usar… preocupados con el porvenir y con el ascenso…
Solteros que no saben cuándo se podrán casar; y casados, con mil problemas de corazón, de dinero, de conciencia atropellada a diario y que los hace vivir una vida doble…
Una amargura está oculta en medio de la trama de la vida, debajo de la máscara de aparentes alegrías, y se acude a diversiones ininterrumpidas, precisamente para desechar ese microbio que, como el de la tisis, está allí limando, royendo el alma. En algunos esa amargura los consume materialmente, a muchos los vence con las mil formas de perturbaciones psíquicas, a algunos incluso los lleva al suicidio.
Si somos sinceros nos daremos cuenta que éste es también en parte nuestro caso; y si aún no ha llegado esa hora… es muy de temer que llegue pronto.
¿Alrededor de qué idea orientarnos? ¿En qué terreno firme edificar una casa que no echen abajo las tormentas?
¿La religión? Para muchos es una bella canción de cuna de pueblos primitivos; un ideal del corazón, pero que no soporta el test de la edad adulta: una emoción sana, hermosa, pero irrealizable en su forma integral: un ideal que se ve hermoso en unos ejercicios pero que es incompatible en su forma integral con la vida real que hay que vivir ahora.
Y este último aspecto es el que temo sea nuestro enemigo preciso: peligroso a más no poder como esas heladas intempestivas que matan el fruto aun en flor… Y se guardan las prácticas de la religión… pero no se le entrega lo único que puede satisfacerla: la donación completa de la voluntad decidida a vivir su Fe, a vivirla en cada momento del día y de la noche… con más o menos prácticas, si fuera necesario con menos, pero a vivir por un motivo de fe, a tener los ideales de su fe y a guiarse por ellos, aunque me estén aunque me matasen.
Por otra parte al mirar la vida religiosa ya con ojos de adulto, encuentra uno tanto de que escandalizarse.
Primero: la enorme división de religiones… sectores inmensos que no conocen siquiera a Cristo…
Dentro de la familia cristiana, tantos millones de protestantes fervientes, generosos, correctos, más morales quizás, que muchos católicos…
Entre los católicos, tantos motivos de escándalo: la ignorancia, vicios… superstición de la masa popular, la falta horrenda de caridad de parte de tanta gente culta que parecen contentarse con quererse asegurar un cielo en la otra vida con su dinero, y tomar para sí toda la felicidad en esta tierra.
Los problemas sociales sin solución, sin interesar siquiera a los más…
Las complicidades aparentes de los eclesiásticos con este egoísmo, a los cuales no siempre se les ve del lado del pueblo oprimido… ni tampoco dando testimonio en sus vidas de la doctrina que profesan…
La mezcla irritante de religión y política para cubrir con aquella, tantas atrocidades en nombre del orden.
Por un lado una fuerza brutal que lleva al hombre a lo material, que centra su alma, sus preocupaciones en lo terreno, en lo terreno que necesita, en exigencias que no puede postergar y que se hacen presentes a cada hora, hasta en el sueño de la noche, y tan pronto despierta, allí están ellas.
Y por otro lado al querer asirse de la religión le parece algo tan etéreo, tan poco consistente, tan incierto. Problemas que no sabe resolver y que están allí, a pesar de todo, pidiendo una solución.
Y no hemos dicho nada del ambiente del placer, de la atracción de los sentidos que punza su carne con vehemencia en un mundo todo organizado para gozar. La prensa, la radio, la música, el cine, las mujeres en la calle, las conversaciones, todo habla de esa juventud que se vive una vez, y que él está malogrando, tontamente…
¿Qué sucederá en el alma del joven? En el que está llamado a ser jefe no puede menos de presentarse este problema. ¿Qué será de su vida religiosa? ¿De su fe misma? En muchos sucumbirá… en otros pasara una crisis más o menos duradera, en otros saldrá airosa y afianzada y a semejanza de esos árboles plantados, en lo alto del monte: los que resisten quedan más firmemente arraigados y con sus hojas limpias, purificadas de polvo, mientras a su lado yacen muchos tumbados… Pero los más, me temo, harán un compromiso: guardarán su fe, sus prácticas -muchas al menos-, pero no le darán lo único que a la fe puede contentar: una voluntad entera, pronta, toda ella entregada a Cristo para vivir de fe, para hacer en todo la voluntad divina. Esta vida de fe supone un gran amor, un inmenso amor y una renunciación entera: es el holocausto, el sacrificio completo. Pero si no se concibe así, en los que son capaces de concebirla, no durará… se irá extinguiendo y terminará por no brillar; como con tanta pena lo podernos constatar en quienes un tiempo brillaron externamente, pero sin realizar jamás la entrega completa de sus vidas.
¿Cómo vivir, por tanto, mi vida?
En espíritu de fe. Lo que supone antes que nada comprensión de que Dios es Dios y yo soy yo. Que él lo es todo, la primera, la grande, la inmensa realidad nunca pasada de moda. El primer sitio es el suyo: a su luz deberá mirar todas las demás cosas.
La grandeza inmensa de Dios dominando los mundos todos, los hombres, mi vida y tratando de tener los oídos abiertos para conocer su santísima voluntad, norma de toda mi vida. Para el sacerdote lo mismo que para el seglar esta voluntad divina es la suprema realidad.
1.- La voluntad de Dios es nuestra santificación. Hambre y sed de justicia, de santidad. En la jerarquía de amores o valores, lo primero mi santificación, a velas desplegadas, a pesar de vivir en el siglo XX, o mejor santificándome en el siglo XX y santificando el siglo XX. Y esto no es problema de prácticas, más o menos: es problema de pedir, suplicar, clamar al Señor, el serle fiel en lo grande y en lo chico y la resolución de poner por obra sus inspiraciones y de organizar mi vida en forma que mi santificación sea una gran realidad.
2.- Un gran amor a Cristo, autor y modelo de nuestra santificación. Contemplar con amor su vida para copiar en la mía sus rasgos, para seguir sus consejos, que son dados para el siglo XX, para mí. Y con inmenso valor -eso es tener fe- arrojar la red, lanzarme a realizar el plan de Cristo por más difícil que me parezca… por más que me asisten temores…. con la consulta prudente para determinadas resoluciones. Seguir a Cristo y realizar sus designios sobre mí.
Mi ideal central es ser otro Cristo, obrar como él, dar a cada problema su solución. El cuadro de mi vida será aquél en que la Divina Providencia me ha colocado, con mis deberes de estado, pero todo realizado cayendo en la cuenta de que Cristo y yo somos uno: que trabajamos.
Entre los deseos más queridos de Cristo está el de que amemos a nuestros hermanos con el mismo amor que él demostró por ellos. Por eso mi vida cristiana, ha de estar llena de celo apostólico, del deseo de ayudar a los demás, de dar más alegría, de hacer más feliz este mundo. No sólo “nota” apostólica sino consagración entera en mi espíritu y en las obras. Una vida sin compartimentos, sin jubilación, sin jornada de ocho o doce horas. Toda la vida entera y siempre para vivir la vida de Cristo. Al avanzar en años disminuye el ritmo vital, el idealismo primero es menos intenso, pero por la fe no disminuirá en nada la consagración de mi vida a Cristo.
Y esto en cualquier género de trabajo. Lo normal en la vida cristiana, al contrario del Ejército, es que al avanzar en años se ocupan puestos secundarios… Eso no influye en nada. ¡Para lo que Cristo quiera servirse de mí!
3.- Y esta vida de fe, que es sustancialmente un amor alimentado por una intensa vida interior: vida de oración, vida de meditación, vida de sacramentos, vida de ejercicios, vida de lectura espiritual, de amistades espirituales, de ambiente espiritual para poder, sin salir del mundo, ser sal del mundo y su luz.
4.- Así tendremos el cristiano que el siglo XX necesita, realista y santo. Una legión de éstos salvará la humanidad.
San Alberto Hurtado S.J.