Alberto Hurtado fue el primer chileno en obtener el título de Doctor en Educación y dedicó gran parte de su vida a la enseñanza de niños y jóvenes. Esto son algunos de sus consejos a quienes comparten con él la vocación de profesor.
- No multipliquemos las órdenes, sino que mostremos ideales que valgan bien una vida. En nuestro propio tiempo no son los generosos los que faltan, sino conocimiento interno de una causa que valga la pena para sacrificar una vida.
- Un renacimiento del idealismo es lo que más falta nos hace. Idealismo que significa desinterés, generosidad, sacrificio, amor, pero más ajeno que propio, deseo de dar más que de recibir.
- Menos preocupados de nuestra autoridad que de nuestra caridad. Que la autoridad en el cristiano es servir.
- Hay tan pocos hombres completos. Los profesores nos preocupamos tan poco de formarlos. Y pocos toman en serio el llegar a serlo (…) La formación debe llevar a cada uno a descubrir en sí aquel núcleo creador característico suyo, y a ponerlo en contacto con la chispa eterna. El que no ha descubierto su principio creador… no podrá modelarse él mismo orgánica y armónicamente. No está formado.
- Hacer consciente a cada joven y aún a cada niño, que es una persona, que en sus manos hay latente un inmenso poder, para el bien como para el mal, que así como los átomos microscópicos son capaces de esa tremenda energía cuando se la logra desencadenar, así ellos también son potenciales de felicidad ajena, de resurrección nacional.
- Es misión del educador hacer caer en la cuenta a sus alumnos de los beneficios inmensos que nos proporciona cada día el trabajo de los demás.
- ¿Ha habido alguien que durante los años de colegio se haya encargado de hacer caer al niño en la cuenta de que sus actos repercuten en sus compañeros, que él está ligado a ellos por deberes y derechos recíprocos? Con frecuencia el alumno vive creyendo que su pereza o laboriosidad, son asuntos que sólo a él le interesan… ¡Profundo error!
- ¡Responsabilidad! ¡Responsabilidad! ¡Responsabilidad! Es una palabra que los educadores han de predicar en todos los tonos y en todos los momentos a los educandos.
- Lo esencial es que el alumno comprenda que hay que reemplazar el principio de su responsabilidad individual delante del profesor por el de la solidaridad social, solidaridad de los alumnos entre sí y de los alumnos con el maestro y no contra él.
- Una pedagogía social no puede contentarse con decir al niño: “Cuando tú seas grande harás esto o aquello”. La enseñanza moral, más que ninguna otra disciplina, para ser asimilada debe ser vivida.
- Los profesores que verdaderamente dominan sus materias dan margen a que en clase participen, ordenadamente, los alumnos en la discusión de un tema, de modo que la conclusión sea el esfuerzo de todos.
- Una vez puesta en claro la supremacía del bien común sobre los intereses individuales o colectivos, estarán más preparados los alumnos para profundizar el valor del patriotismo y el sentido de la comunidad internacional.
- Disciplina y libertad, respeto y confianza, iniciativa y obediencia son términos a primera vista antagónicos, y que, sin embargo, una pedagogía social no debe oponer, sino por el contrario combinar.
- La idea de asociar a los alumnos en una cierta medida al ejercicio de la autoridad debe ser mirado como un principio de formación social que hace desaparecer la idea individualista del alumno frente al maestro, para dar lugar a la concepción de solidaridad de los alumnos entre sí y con sus educadores.
- La formación profunda de la voluntad no puede ser la obra de un maestro. Es la obra de todos los educadores unidos en un mismo ideal y una colaboración constante… Que los educadores se persuadan que son solidarios los unos de los otros, que sus esfuerzos deben ir unidos y que comiencen por ofrecer a sus alumnos el espectáculo de la colaboración.
- “El trato de preferencia que puede dar un educador a los muchachos de situación más distinguida, de presentación más acomodada, crea amargura y hasta odios profundos, cuyas consecuencias no se pueden prever”.