Extracto de Consagración de hombres al Sagrado Corazón. Catedral de Santiago en 1940.
La devoción al Sagrado Corazón de Jesús, en su más íntimo sentido, es tan antigua como el cristianismo. Tiene como libro fundamental los Evangelios, en particular el de San Juan donde el Corazón de Cristo se expansiona con ternura infinita. Es la devoción al amor de Cristo, al amor increado del Dios Eterno y al amor creado de la persona adorable de Cristo, amor que se simboliza en su corazón.
El amor de Cristo…
Dios nos ha amado desde toda eternidad, mejor dicho me ha amado, no lo olvidemos, me ha amado… Él me amó, y si estoy sobre la tierra es porque Él resolvió crearme para darme su vida como vida mía, para hacerme participante de su eterna alegría, para que mi pensamiento lo conozca íntimamente y me revele sus secretos más íntimos y me los revelará siempre nuevos… por toda una eternidad. Mi voluntad, sedienta de amor, ha sido creada, no para ser perpetuamente atormentada, sino para sumirse en la posesión de Dios que aspira a dárseme totalmente y entregarse a mí, como jamás una esposa se ha entregado con tanto cariño a su esposo, ni un amigo con tanta lealtad de espíritu a su amigo.
Ese es el plan eterno de Dios sobre mí, el único que Dios podía concebir, el único digno de Él. Y para que pudiese amarlo libremente me dio fuerzas abundantes, me reveló su vida, envió al mundo profetas que me enseñaran el camino, habla Él mismo en el fondo del alma humana con voces secretas que llamamos la voz de la conciencia y las inspiraciones del espíritu. Y como todos estos medios no bastaron para levantar al hombre, a todos los hombres, se decide a la suprema muestra de amor, a darnos su propio Hijo para que se hiciese hombre, como nosotros, y muriese por nosotros en la cruz. Y todo esto por el hombre, por mí.
Esta idea es la que volvía loco el corazón generoso de San Pablo. Me amó y se entregó a la muerte por mí…. también por mí. El Dios inmenso me amó. ¡Si lo meditara, cómo debería vibrar con entusiasmo mi corazón! Los hombres nos damos poco, pero Cristo se dio por entero.
¿Quién es esta criatura amada por Cristo? ¿Serán sólo las almas escogidas, algunos de esos héroes de la santidad? Puede que ellos tengan derecho a pensar que Cristo los ame, pero ¿y los demás? ¿Y nosotros? ¿Y los pobres pecadores atrapados en el pecado? ¿Los habrá amado Cristo también a ellos?
Sí, también a ellos Cristo los amó. El los ama a todos, aun a los más miserables de los hombres, los pecadores, los desamparados, los abandonados del mundo, los publícanos y salteadores, todos ellos son amados por Cristo, y a semejanza de aquel buen ladrón cuando quieren oír la palabra de Cristo, se transforman en santos.
Hay y ha habido siempre grupos de personas en todos los países, en todas las condiciones sociales y en todas las edades para quienes la vida tiene sentido en el amor. Hay vidas para quienes su primer valor es Cristo, su doctrina, que hacen en la medida de sus fuerzas del amor de Cristo, la suprema aspiración de su vida… A esos venimos a agregarnos nosotros. Y este es el sentido de nuestra consagración que vamos a renovar ahora.
Esta consagración, hermanos, que no sea una fórmula más que venga a agregarse a otras; que no sea un rezo más que venga a incrementar las prácticas de piedad… No, por favor, que no sea ese su sentido último. Nuestra piedad ordinaria padece, por desgracia, de ese defecto. Es un todo formado de multitud de piedras aisladas que carece de unidad. Son devociones, mandas, santos, actos aislados de piedad, todos ellos necesarios o al menos útiles. Pero que no falte lo esencial, el alma de la cual sacan su valor todas estas prácticas. Esa alma es el amor apasionado a Cristo.
La consagración no es una fórmula que se recita, no es un escapulario más que se agrega a otros, ni una imagen más que viene a adornas nuestro hogar. No, todo eso es muy secundario. La consagración es la entrega de nuestra vida entera, de nuestro querer, ser y poseer a Cristo. Nuestra consagración significará para ustedes un interesarse por todo lo que Cristo se interesó, amar lo que Cristo amó, y se traduce en esta sublime fórmula, en vivir ahora, como viviría Cristo si estuviese en mi lugar.
Esta consagración significa, por tanto, interesarse por la cosa pública como Cristo se interesaría, esto es inscribirse en los registros electorales, no desinteresarse de los grandes intereses de la Nación por egoísmo, pesimismo o lo que es más común por monstruosa apatía e indiferencia a todo lo que no le atañe a él. La consagración trae consigo una actitud de paz, de caridad, de amor entre los hombres que aman a Cristo, sin odios, sin rencillas, sin susceptibilidades. La consagración significa una actitud ante los pobres de comprensión de su situación, de interés por sus almas y por sus cuerpos, de sacrificio de todo lo superfluo por amor a Cristo en nuestros hermanos. La consagración trae consigo sacrificar de las propias comodidades lo necesario para hacer vivir a los demás.
La consagración significará en todos esa valorización de los espiritual por encima de la materia, del amor de Cristo por sobre los bienes del mundo y se resumirá en una entrega de todas nuestras vidas a Cristo para no tener otro ideal hacer lo que haría un maestro.
San Alberto Hurtado S.J.