1. Antes del hombre existe un ser, que es por esencia la plenitud del ser, en quien hay toda la belleza que puede ser concebida.
2. En el principio de todo está Dios. Dios que es todo poder y toda bondad. Yo soy la obra de sus manos. Él es el responsable de mi vida. Cuanto hay en mí es su hechura.
3. Si miro atrás en la historia del mundo, antes que el hombre existiera, antes que los astros brillaran, está Él, principio de todo, que ha creado el mundo por amor, por deseos de comunicar al hombre su felicidad, de hacerme feliz a mí, y a mis hermanos los hombres.
4. Miro hacia el futuro y me encuentro también con Él, con Dios que me aguarda, me espera, me tiene preparada una mansión en los cielos.
5. El amor de Dios, de todo se sirve para mi bien. Dios prevalecerá y yo en Él, y esta confianza me alentará hasta la muerte.
6. ¡Todo lo que el amor tiene de bello, de tierno, de perseverante, de paciente está en Él!: el cariño entre padres e hijos, la ternura de los esposos, la intimidad de los amigos, todo está en Él: pues Él es padre, esposo, amigo. Y todo eso persevera en Él, a pesar de nuestras rebeliones y pecados, pues su Amor es infinito y no se cansa. Podrá olvidarse la madre del chiquitín pegado a sus cachetes, ¡pero Él no nos olvidará!
7. ¿Descansamos en el pecho de nuestro Padre Dios, como un hijo que sabe que su Padre lo ama, lo quiere apoyar, consolar, hacer feliz? Dulcemente repitamos esta palabra: ¡Padre nuestro! Sintámonos hijos de Dios.
8. Hombres todos de la tierra, pobres y ricos, Dios nos ama: su amor no ha perecido, pues somos sus hijos. Este grito simple, pero mensaje de esperanza, no ha de helarse jamás en nuestros labios: Dios nos ama. Somos sus hijos… ¡Somos sus hijos!
9. Yo sé que Dios es belleza. Toda la belleza del universo arranca de Él como de su fuente: las flores, los campos, los cielos son bellos porque, como decía San Juan de la Cruz, “pasó por estos sitios sus gracias derramando y con sólo mirarlos, vestidos los dejó de su hermosura”. Y los montes austeros; y el mar que rompe; y la noche estrellada…
10. Dios es belleza y también es bondad. Todos los designios de Dios son designios de bien… En la creación todo es eco de la belleza y de la ternura de Dios.
11. Quien ama la belleza y la busca, la encuentra en todas partes: la naturaleza entera canta para Él. La belleza está repartida por doquiera, pero sólo pertenece a quien sabe descubrirla. Y esa belleza la voy a poseer, no por una hora ni dos, sino por una eternidad.
12. Belleza mayor que la de los rostros más hermosos de la tierra, armonía más perfecta que la que han podido soñar los más grandes artistas, fuerza mayor que la de los momentos más apasionantes del deporte, grandeza mayor que la inmensidad de los mares, paz más intensa que la de las noches estrelladas sobre el desierto nortino.
13. Dios es amor, y esto quiere decir que los bienes y las bellezas que me encantan y me atraen, que provocan en mí ese entusiasmo y alegría al contemplarlos, Dios los ha creado sin empobrecerse.
14. Todas esas bellezas las posee Él en Él mismo: plenitud, riqueza, dulzura, alegría, océano de gozo, armonía indescriptible, suavidad penetrante. Todo lo de aquí no es más que una sombra de esa belleza sublime que está en Dios, que es Dios. ¡Dios es amor!
15. ¡Qué grande es mi vida! Qué plena de sentido. Con muchos rumbos al cielo. Darles a los hombres lo más precioso que hay: Dios. Y dar a Dios lo que más ama, aquello por lo cual dio su Hijo: los hombres.
16. Cuando Dios ha sido hallado, el espíritu comprende que lo único grande que existe es Él.
17. Hay un temor de Dios: el de arrojar una sombra sobre la imagen del Amado. Temor de ofrecer tan poco al que todo se le debe.
18. Dios pudo decir con absoluta verdad: tengo cuerpo, tengo alma, sufro, padezco… Y un hombre que caminaba por las calles y tenía hambre, sed, dolor, podía decir: soy Dios.
19. Aquí está la verdadera grandeza de Dios, la suprema ambición que puede tener un hombre: llegar a ser como Dios. Dios, porque la gracia diviniza, y si la gracia no encuentra obstáculos, a qué profundidad penetra, a qué altura se eleva.
20. Las prohibiciones entristecen. Dios quiere ser amado; y el amor es espontáneo: ¡es obra de la generosidad! Dios quiere un don total: y el don de la imposición (como en los impuestos) es el mínimo.
21. Dios me ha hecho participante de su naturaleza y esto es por un amor de predilección entre las infinitas criaturas posibles, por un amor eterno que no ha comenzado al darme la vida, sino que existía desde que Dios es Dios.
22. La palabra “Padre” respecto a Dios no es alegoría. Es una realidad muy superior a la paternidad humana. ¿Lo hemos pensado? ¿Agotamos esta idea? ¿Descansamos en el pecho de nuestro Padre, como un hijo a quien un padre consuela, apoya, ayuda, ama?
23. ¡Todo dependiendo de Dios! Por tanto la adoración es la consecuencia más lógica, la manifestación de mi dependencia total.
24. El fin de mi vida es Dios y nada más que Dios, y ser feliz en Dios. Para este fin me dio inteligencia y voluntad, y sobre todo libertad (la inteligencia y la voluntad sin libertad serían cosa inútil).
25. ¡Qué grande respeto de Dios conmigo! Me pide, no me obliga. Aún me admitiría en el cielo, a pesar de mi desvío.
26. Dios que ha sido la primera palabra, será la última. A quien pierde todo lo humano, Dios le queda todavía pero, ¿qué puede quedarle a quien pierde a Dios? “Perderlo es perecer… ¿Qué te puede satisfacer si no te satisface Dios?”
27. Todos los movimientos de Dios comienzan valiéndose de seres pequeños e insignificantes. Ha habido momentos formidables en la historia del mundo… sirviéndose Dios para ello de pobres instrumentos humanos: (por ejemplo) la conversión del mundo pagano por los apóstoles.
28. Dios, en la persona de su Hijo hecho hombre, nos asimila, nos transforma en Él, nos permite participar de su vida. Esta vida la recibimos en semilla, la flor vendrá el día de nuestra resurrección, participando de la resurrección de Cristo.
29. A la vista de la creación, Dios piensa siempre en su Hijo: Dios no ve al mundo sino a través de Cristo.
30. Origen del hombre: Dios. ¡Todo de Él! ¿Su fin? El mismo Dios.
31. ¿Qué ha hecho Jesús para fortalecer el corazón humano? Lo ha atado a Sí, como los antiguos galos que se ataban unos a otros para defenderse mejor, y juntos vencer al enemigo. La Comunión, íntima penetración del hombre con Dios. Nada, un poder santificador mayor que Jesús en persona; arrojar las raíces de la propia, pequeña vida humana, en la vida divina.
32. Dios ha venido a buscar no la humanidad en general, la masa humana… a mí, en particular, a mí, y si yo solo existiera en el mundo, dicen los teólogos que por mí habría bajado el Dios del cielo.
33. Él y sólo Él recibe los pecadores, el mundo los enfanga.
34. La Providencia no se ha comprometido a reparar todos los defectos del hombre: enrielar un tren que corre demasiado a prisa, sostener una escalera demasiado llena de gente… No es una compañía de seguros. La Providencia deja obrar las causas segundas. Pero eso sí, todo lo que suceda a una persona que se fía en manos de Dios contribuirá a su bien, al gran bien, al supremo bien moral de su vida.
35. ¿Estás contento de mí, Señor? ¿Qué más me pides? ¿Qué harías tú el día de hoy… en tal y cuál circunstancia?… Dame fuerzas, Señor.