Testimonio de Lucía Gumucio:
Como un “visionario que reparó en las necesidades de los más pobres”. Así recuerda esta ex dirigente democratacristiana al Padre Hurtado.
Su padre fue el nexo para que Lucía Gumucio conociera a Alberto Hurtado. En 1945, Rafael Gumucio –uno de los fundadores de la Democracia Cristiana- invitó a su amigo, el Padre Hurtado, a conocer a su familia. “Fue entonces cuando nos motivó a mí y a mi hermano a trabajar en un negocio para juntar plata para el Hogar de Cristo. Nos instalamos en una casa vieja frente al colegio San Ignacio, arreglamos un sucuchito donde vendíamos artículos de regalo y dulces”, recuerda Lucía.
La ex dirigente democratacristiana asegura que de joven era tímida y no siempre sobresalía, pero que su cercanía con el padre Hurtado le permitió encariñarse con las cosas simples de la vida y adquirir el compromiso de ayudar a los más necesitados. Sin embargo, su más vívido recuerdo es otro. “Me enseñó sobre metodología de trabajo. Eso me sirvió muchísimo cuando fui designada para trabajar en una población, fue ahí cuando todo el entusiasmo y la organización que me transmitió el Padre Hurtado, dio sus frutos”, asegura. Esta misma metodología de trabajo era la que el Padre Hurtado aplicaba con sus niños y sus ancianos en las casas de acogida y que lo distinguía como un maestro simple y muy fácil de tratar.
A pesar de lo incomprendida de su labor en un comienzo, de las criticas provenientes de algunos sectores de la Iglesia, y de los inconvenientes de salud –uno de ellos, el cáncer, que lo llevó a la muerte- el Padre Hurtado no decaía, y su ánimo y energía alcanzaban para los demás. “Fue un hombre avanzando para su tiempo, que ocupó un puesto importante en la Iglesia y fue criticado. Aunque provenía de una familia adinerada, el Padre Hurtado hizo cambiar las prioridades de la Iglesia hacia los más pobres. Siento que tiene que haber sufrido mucho por las críticas, pero él no se entristecía para nada, al contrario, daba ánimo a quienes lo rodeábamos”, señala Lucia.
Destaca, además, el carácter sencillo y modesto del Padre Hurtado pero, sobre todo, su contagiosa alegría. “Yo gocé con el Padre Hurtado, uno podía sentir su alegría interior”, agrega. Y recuerda su generosidad: “un día unos niños del barrio entraron a robar la camioneta del Padre, mi hermano y yo salimos enfurecidos, pero él dijo ‘déjenlos, no hagan nada’”.
Y en su último adiós, Lucía Gumucio, fue testigo del legado del Padre Hurtado. “A su funeral asistieron personas de todos los estratos sociales: había gran cantidad de personas que vivían en la calle y que pertenecían al Hogar de Cristo, pero también había dirigentes sindicales y muchas autoridades”, afirma. Un día que esta mujer recuerda como especial. “El día del entierro fue maravilloso. Estaba en la iglesia y salimos afuera y vimos en el cielo una cruz clara. Fue una cosa muy linda, que me llena de emoción”, señala Gumucio.