Jorge Muñoz SJ, rector del Santuario del Padre Hurtado, relata en primera persona a Revista Mensaje (edición Febrero 2018) lo que implicaron los preparativos para la visita del Papa Francisco y los detalles de ese día: “En la reunión privada con los jesuitas le hicimos entrega de dos regalos: un crucifijo que perteneció al Padre Hurtado y la Historia Domus (Bitácora) del tiempo en que él vivió en la Casa de Formación de Marruecos, hoy Casa de Ejercicios Padre Hurtado”, cuenta.
Desde que supimos que el Papa visitaría el Santuario comenzó un arduo trabajo. Sabíamos que la visita no sería demasiado extensa, pero el solo hecho que nos visitara era un regalo mayúsculo. Primero se encontraría, privadamente, con los jesuitas en la Tumba del Padre Hurtado, y luego, un encuentro con 40 hospedados del Hogar de Cristo. Después de algunas gestiones, no del todo sencillas, logramos convencer a quienes correspondía para que el segundo momento no fuera solo un encuentro con 40 hospedados, sino con 400 patroncitos y patroncitas, es decir, con 400 personas que hoy serían la preocupación central de la misión de Alberto Hurtado. Teniendo eso claro, nos abocamos a preparar con la mayor delicadeza lo que serían estos dos momentos. Hasta que la espera terminó.
El Papa Francisco llegó al Santuario proveniente desde la Catedral, lugar donde se reunió con los sacerdotes, y con la vida religiosa y consagrada de la Arquidiócesis de Santiago. Desde temprano, en el escenario instalado en el frontis, lo esperamos con un programa que acompañó a las personas que se congregaron en las afueras. La idea no era solo entretener sino disponer, para que al llegar su Santidad encontrara un pueblo en fiesta: la fiesta que significa para todos y todas, la posibilidad de estar cerca del Vicario de Cristo.
Así fue, al divisar ya desde lejos el Papa Móvil, la gente estalló en cantos, aplausos y vítores. Era alegría, emoción y gratitud reunidas en esos gestos. Por su parte, el Papa les respondía son sus saludos y su sonrisa.
Bendición de la Camioneta Verde
El primer gesto fue acercarse y bendecir la Camioneta Verde. Teníamos el deseo de escoltar, de abrirle camino, como si el mismo Padre Hurtado hubiera ido a buscarlo. Pero no se pudo. Sin embargo, que el Papa se acercara, bendijera ese vehículo tan querido por la gente, hiciera silencio, tocara y luego se persignara, era ya un reconocimiento al desvelo que Alberto Hurtado mostró por los más postergados.
Al comenzar su ingreso al Santuario se detuvo dos veces, no solo para saludar a los voluntarios que estaban cerca, sino para responder dos preguntas: ¿Qué le diría al pueblo chileno a su llegada a este lugar? “¡Qué no pierdan la alegría!”, respondió con toda claridad. Una segunda persona le decía: Esta es una zona de mucho migrante, ¿qué les diría a ellos? “¡Qué se integren, pues todos somos iguales!”, sabiendo que en esta respuesta había más bien una invitación a que el país fuera más acogedor.
Un encuentro entre hermanos
Ya dentro, en un auto cerrado, se dirige a la Tumba del Padre Hurtado donde lo esperábamos más de 120 jesuitas. Un fuerte y cariñoso aplauso lo acompañó desde que ingresa hasta que puso sus manos sobre la Tumba de nuestro santo jesuita. En ese momento, se hizo un silencio orante. Rezábamos junto a él, tal vez, pidiendo la intercesión de Alberto Hurtado por el buen desarrollo del pontificado de este hermano nuestro. Luego, una canción sella la oración: Amarte a ti, Señor, en todas las cosas y a todas en ti. Él mismo la cantó con nosotros.
Así comenzaba este encuentro entre hermanos, pues eso fue lo que ocurrió. Un encuentro entre hermanos que parecía que solo ayer se habían visto por última vez. Todo el diálogo estaba traspasado de cariño, de cercanía, de conocerse, de un mismo lenguaje, de un mismo sentir. Nos invitó, como algunos jesuitas también han mencionado, a desencadenar un fuego que nos permitiera abrasar con amor a los más vulnerables, a cambiar un enfoque asistencialista por uno reparador de derechos. Así mismo, agradeció la colaboración que en todo aspecto le ha entregado la Compañía de Jesús desde el inicio de su pontificado y nos pedía que enfatizáramos el discernimiento en estos tiempos de cambios.
Finalmente, le hicimos entrega de dos regalos: un crucifijo que perteneció al Padre Hurtado y la Historia Domus (Bitácora) del tiempo en que él vivió en la Casa de Formación de Marruecos, hoy Casa de Ejercicios Padre Hurtado. El primero fue entregado por un novicio, Max Echeverría, y el segundo, por dos jesuitas que vivieron con él, Emilio Vergara y Juan Valdés. Este momento estuvo acompañado por comentarios espontáneos del Papa Francisco que sacó buenas carcajadas de nuestra parte. Era el relajo mutuo que produce el encuentro entre hermanos y compañeros de camino.
Encuentro con el Cristo Pobre
Así llegamos al segundo momento. El Encuentro con Cristo Pobre. Más de 400 personas que experimentan ya sea la pobreza, la marginación o la postergación del algún tipo. También había personas con discapacidad física y capacidades diferentes, enfermos, adultos mayores. Había migrantes y refugiados. Ahí delante de él estaba el pueblo sencillo; personas que no tienen la vida asegurada, y quizás, por eso mismo, la agradecen con mayor intensidad. Las 28 personas que lo esperaban en el escenario representaban a todos los reunidos.
El entorno era oración por sí mismo. Estaban las Cruces de las Virtudes, realizadas por artistas nacionales e internacionales con ocasión de la visita del Papa, y colgadas en las palmeras seis rostros reconocidos por su opción por los más pobres: Raúl Silva Henríquez, Enrique Alvear, Esteban Gumucio, Alfonso Baeza, María Elena Chaín y Marta Alvarez.
La llegada a la explanada también estuvo llena de emoción, gratitud, alegría. Era una verdadera fiesta, al igual que había sido en el frontis.
Una pobladora de Puente Alto, Lilian López, fue la voz de todos los presentes; su emoción era la emoción de todos y todas.
Tal vez, el Papa no les dirigió palabras especiales, pero estuvo. Y trajo su alegría, su cercanía, su capacidad para conectar con la gente sencilla.
Creo que justamente estas personas, más que necesitar palabras, necesitan gestos, necesitan presencia, necesitan saber que cuentan, que valen. Y eso fue lo que el Papa Francisco les ofreció con su sonrisa y simpatía.
Las sopaipillas
Hacia el final, hubo un hecho muy pequeño, pero inmensamente significativo: una simple sopaipilla. Cuando el Papa Francisco tomó esa sopaipilla, ese alimento sencillo, ese alimento que está presente en muchas esquinas de nuestras ciudades y en muchas mesas a lo largo de Chile, se hizo una comunión honda. Esa sopaipilla fue puente, fue abrazo, fue mano extendida. Esa sopaipilla en manos del Papa era signo que compartía la vida de todos, y especialmente, la de los más pequeños. Si a eso le añadimos las palabras con las que las bendijo, el sentido se desplegó con más fuerza: “Bendiga el Señor el corazón de todos nosotros, y esto que compartimos, enseñe también a compartir la vida y después el cielo”.