1. Pecar es morir. Es la única muerte. Sin pecado, la muerte es vida, es comienzo de la verdadera vida. Pero con pecado el que vive muerto está.
2. El pecado es la mentira. Es mentira que somos autónomos. Tenemos ley y la atropellamos…. El que se adhiere a lo caduco cae con ello. Mentira que “seguimos la naturaleza” porque cada pecado es un atropello a la naturaleza.
3. El pecado es la fealdad: rompe la armonía. La obra de Dios es bella y armónica: parece un concierto. El pecado es desarmonía, una nota estridente. ¡Alguien que se sale del concierto para dar su nota de egoísmo! Y lo peor es que cada pecado debilita más y más. A medida que uno persevera en el barro se hunde más y más, y se hace más difícil salir.
4. Esa hermosa cualidad que hace la vida hermosa: fijarse en lo pequeño, deseo de agradar, atenciones, sacrificios, que son el perfume de la vida… El pecado vuelve al hombre grosero, egoísta, vuelto sobre sí mismo.
5. ¿Adónde se rebaja un pecador?… ¡Qué casos, Dios mío, los que uno sabe!… Y al que se pone en el plano inclinado ¿Quién sabe a dónde irá a parar?
6. Bellos ideales de juventud: obras que yo quería realizar ¿dónde estáis? ¿Por qué no me conmovéis como antes? ¿Por qué no me decís nada…? ¿Me dejáis frío? Os miro como algo tan lejano. ¿Cómo pude yo entusiasmarme con esto?
7. Pero no sólo morir a los ideales, a las mismas realidades ¡Cuántos ha podido uno ver que prometían tanto y no han hecho nada! Se han hundido, ¡¡se pasmaron!!… Al perder el sentido de lo heroico, ¡pierden el sentido de lo humano!
8. El que peca muere a la vida divina, a la gracia. Rompe el lazo… La gracia consiste en la presencia de Dios en el alma: Vendremos a Él y haremos nuestra morada en Él (Jn. 14, 23). Esa presencia amorosa desaparece. Dios no puede ausentarse del alma porque dejaría de ser, pero está en ella como el condenado, como el Dios ofendido,…no hay vínculo de amor.
9. Ya a Dios no lo puede llamar su Padre, porque no lo es para él: El hombre no es por naturaleza hijo, es siervo. Pasa a serlo por la adopción que se nos da por la gracia. Perdida la gracia… se desarticula el Cuerpo Místico… ¿Hemos pensado lo que esta tragedia significa?
10. María es madre mía en cuanto yo estoy unido con Cristo, su Hijo Unigénito. La maternidad de María es consecuencia de mi unión mística con Jesús. Al romper con Él, rompo también con María. ¡Un pecado! Si mirara a María ¿tendría valor de hacerlo?
11. ¡Qué dulce es esa hora en que Jesús está presente, cómo todo suave, fácil, llevadero! Al enfermar me vendrá a ver por el viático…Al separarse mi alma me esperará en la otra orilla… No querrá verme separado de los que yo amo… Querrá que se mantengan intactos en la eternidad los vínculos de un amor que Él puso en mi alma y bendijo. Pecar es morir a esa amistad, la más dulce, la más profunda, la más necesaria.
12. Él murió por todos los pecadores, de los cuales yo soy el primero… Cada pecado crucifica de nuevo a Cristo en su corazón. Si Él no hubiera muerto por rescatarme, vendría del cielo a la tierra para abrirme el cielo. La malicia del pecado sería suficiente para traer a Cristo del cielo a la cruz.
13. Pecar es morir a todo lo que vale en la vida y ¡¡morir para siempre allá!! No más felicidad, ni esperanza de reconciliación. El que pierde esa partida lo pierde todo. Salvarse y ver a Dios es vivir. Condenarse es perecer a la felicidad, morir a la dicha, mil veces peor que morir simplemente.
14. La causa del pecado es la soberbia. Presumir de sí. Atribuirse lo que es de Dios. La vida del hombre oscila entre dos polos. La adoración de Dios o la adoración de su “yo”.
15. Pecar es morir, y este pensamiento no es exageración. El pecado es morir a la lealtad hacia la conciencia, pues consiste en ver que algo es malo y sin embargo hacerlo; ceder a la sinceridad, a la fortaleza, a todas las virtudes grandes, para resbalar en la ley de la gana, del gusto, de lo que me agrada en este momento, y hacerla suprema ley de la vida.
16. Se engaña si pretende ser cristiano quien acude con frecuencia al templo, pero no cuida de aliviar las miserias de los pobres. Se engaña quien piensa con frecuencia en el cielo, pero se olvida de las miserias de la tierra en que vive. No menos se engañan los jóvenes y adultos que se creen buenos porque no aceptan pensamientos groseros, pero no son capaces de sacrificarse por sus prójimos.
17. ¿Qué tengo que ver con la sangre de mi hermano?, afirmaba cínicamente Caín, y algo semejante parecen pensar algunos hombres que se desentienden del inmenso dolor moderno. Esos dolores son nuestros, no podemos desentendernos de ellos. Nada humano me es ajeno.
18. Que en cada hombre por más pobre que sea veamos la imagen de Cristo y la tratemos con ese espíritu de justicia, dándole todos los medios que necesita para una vida digna, dándole sobre todo la confianza, el respeto, la estima, la estima de su persona que es lo que el hombre aprecia: pero oigámosle bien: la estima debida al hermano, no la fría limosna que hiere; que el salario le sea entregado entero y cabal, tal que basta para una vida de verdad humana, como yo la quisiera para mí si tuviera que trabajar en su lugar; que el salario venga envuelta en el gesto de respeto y agradecimiento.
19. La mayor parte de nosotros ha olvidado que somos sal de la tierra, la luz sobre el candil, la levadura de la masa…. El soplo del Espíritu no anima a muchos cristianos; un espíritu de mediocridad nos consume.
20. Con frecuencia, piensan algunos, la felicidad humana consiste en ser libres de seguir nuestro capricho. Nosotros, en realidad, somos libres de seguir a Cristo, o bien de abandonarlo, para volver a nuestra antigua esclavitud, la del mal, de la cual nos rescató. No es condición humana la de estar libre de todo servicio, la de ser autónomo. Podemos escoger el amo, pero a uno debemos servir. No existe estado intermedio.
21. El mundo hace pecadores a los hombres, pero luego que los hace pecadores, los condena, los escarnece y añade al fango de sus pecados el fango del desprecio. Fango sobre fango es el mundo: el mundo no recibe a los pecadores. A los pecadores no los recibe más que Jesucristo.
22. El choque más vehemente entre el espíritu de Cristo y el espíritu del “mundo” se realiza en el terreno de las riquezas. Sus puntos de vista son irreconciliables. El uno pone su confianza y su amor en las riquezas de la tierra, a las que aspira como al supremo bien; el otro aspira a los bienes eternos y se sirve de los bienes de esta tierra como de medios para alcanzar los eternos, como de un instrumento de colaboración con Cristo.
23. Misericordia es el amor del miserable. Hay un amor que estima lo que tiene valor y de este amor no somos acreedores. Pero hay un amor que ama lo que no vale y hasta el que no tiene sino el valor negativo de su miseria, y este amor sólo Dios puede tenerlo. Es amor creador. Se siente inclinado donde hay menos, porque puede poner más. Por eso busca la miseria y es misericordioso. La Virgen Santísima nos ha enseñado el himno de la misericordia. Ha llenado de bienes a los hambrientos; ha mirado la humildad de su esclava; ha hecho en mí cosas grandes el que es poderoso y su misericordia de generación en generación. Por eso ninguno es tan apto a sentir el amor de Dios como el miserable y por eso Dios se complace en que los miserables canten su amor.