Testimonio de Gabriela Mistral:
Era el Padre Hurtado una especie de franciscano natural. Yo no sé si él rondó en torno de la llama dulce del franciscanismo, pero su naturaleza era cierto franciscanismo trajinador y este trajín puede llamarse un correteo por los niños pobres.
Del Santo de Asís tenía también el hablar con gracia, la expresión a la vez donosa y llana. Este don de su conversación más su llaneza le ganaba a todos y le servía a maravilla para limosnear en bien de sus pobres y de sus niños.
Cuando, en esta casa de Nápoles que tiene un jardincito -a Dios gracias- yo sigo el ajetreo de dos o tres pájaros que saquean cuanto pueden en la floración, no puedo sino acordarme del “género Padre Hurtado”, o sea de los que buscan, no entre plantas floridas, sino en la espesura del egoísmo humano, las sombras de los hartos: ropas, objetos y…dineros.
Con esta misma gracia del pájaro él circulaba por Santiago en este menester duro para alma delicadísima.
Con gracia pedía con la gracia humana y con la otra.
Su ejemplo planeará siempre sobre aquellos que le conocimos y muchas veces sentiremos que el empujón del apresurado nos saca de nuestro estupor.
Honra y dicha fue tenerlo y es tristeza no mirarle más en la fila de su Orden y en la falange de la chilenidad.
Sigamos dando, sí, porque su mano tal vez siga extendida allá abajo, lo mismo que antes y debemos sosegarla cumpliendo por él.
Sabemos oír a los muertos; en cuanto se hace un silencio en nuestros ajetreos mundanos se les oye y distintamente, oír al P. Hurtado será una obligación de responsable. Y la respuesta única que hay que dar a su alma atenta y a su bulto sólo entredormido es la ayuda de sus obras, un socorro igual al de antes, porque la miseria, la bizca y cenicienta miseria, sigue corriendo por los suburbios manchando la clara luz de Chile y rayando con su uñeteada de carbón infernal la honra y el decoro de las aldeas.
Duerma el que mucho trabajó. No durmamos nosotros, no, como grandes deudores huidizos que no vuelven la cara hacia lo que nos rodea, nos ciñe y nos urge casi como un grito. Si, duerma dulcemente él, trotador de la diestra extendida, y golpee con ella a nuestros corazones para sacarnos del colapso cuando nos volvamos sordos y ciegos.
Y alguna mano fiel ponga por mí unas cuantas ramas de aromo o de “pluma Silesta” sobre la sepultura de este dormido que tal vez será un desvelado y un afligido mientras nosotros no paguemos las deudas contraídas con el pueblo chileno, viejo acreedor silencioso y paciente. Démosle al Padre Hurtado un dormir sin sobresalto y una memoria sin angustia de la chilenidad, criatura suya y ansiedad suya todavía.