1. Hacer de la Misa el centro de mi vida.
2. Mi Misa es mi vida, y mi vida es una Misa prolongada.
3. Qué horizontes se abren aquí a la vida cristiana. La Misa centro de todo el día y de toda la vida.
4. Por la Eucaristía, esta tierra de la encarnación se hizo el centro del mundo. Por ella, el Hijo permanecerá entre nosotros no por unos cuantos años fugitivos, sino para siempre. Mediante la Eucaristía Cristo permanece siempre presente en medio de su pueblo.
5. La Eucaristía es el centro de la vida cristiana. Por ella tenemos la Iglesia y por la Iglesia llegamos a Dios. Cada hombre se salvará no por sí mismo, no por sus propios méritos, sino por la sociedad en la que vive, por la Iglesia, fuente de todos sus bienes.
6. Comulgar es vivir en Jesús, y vivir de Jesús: como el sarmiento en la vid y de la vid. Jesús único principio y raíz de toda la vida: de la gracia, de la luz, de la fuerza, de la fecundidad, de la felicidad, del amor.
7. Jesús se hace presente y permanece en la Eucaristía, para vivir con nosotros y que nosotros vivamos con Él. Jesús espera nuestras visitas. En Él hallaremos al amigo leal, al consejero fiel, al consolador amoroso, al confidente de nuestras penas y alegrías. Jesús recibe nuestras visitas como de un amigo con otro amigo querido.
8. El que comulga se va despojando de sí mismo y llega a no tener otra vida que la de Jesús, la vida divina, y nada hay más grande que eso. El que llega a vivir la vida de Jesús plenamente “dará mucho fruto” como lo decía el mismo Jesús.
9. El Cristo Eucarístico se identifica con el Cristo de la historia y de la eternidad. No hay dos Cristos sino uno solo. Nosotros poseemos en la Hostia al Cristo del sermón de la montaña, al Cristo de la Magdalena, al que descansa junto al pozo de Jacob con la samaritana, al Cristo del Tabor y de Getsemaní, al Cristo resucitado de entre los muertos y sentado a la diestra del Padre. No es un Cristo el que posee la Iglesia de la tierra y otro el que contemplan los bienaventurados en el cielo: ¡una sola Iglesia, un solo Cristo!
10. Esta maravillosa presencia de Cristo en medio de nosotros debería revolucionar nuestra vida. No tenemos nada que envidiar a los apóstoles y a los discípulos de Jesús que andaban con Él en Judea y en Galilea. Todavía está aquí con nosotros. En cada ciudad, en cada pueblo, en cada uno de nuestros templos; nos visita en nuestras casas, lo lleva el sacerdote sobre su pecho, lo recibimos cada vez que nos acercamos al sacramento del Altar. El Crucificado está aquí y nos espera.
11. El sacrificio eucarístico es la renovación del sacrificio de la cruz. Como en la cruz todos estábamos incorporados en Cristo; de igual manera en el sacrificio eucarístico, todos somos inmolados en Cristo y con Cristo.
12. Y la comunión, esa donación de Cristo a nosotros, que exige de nosotros gratitud profunda, traerá consigo una donación total de nosotros a Cristo, que así se dio, y a nuestros hermanos, como Cristo se nos dio a nosotros.
13. A la comunión no vamos como a un premio, no vamos a una visita de etiqueta, vamos a buscar a Cristo para “por Cristo, con Él y en Él” realizar nuestros mandamientos grandes, nuestras aspiraciones fundamentales, las grandes obras de caridad…
14. Después de la comunión quedar fieles a la gran transformación que se ha apoderado de nosotros. Vivir nuestro día como Cristo, ser Cristo para nosotros y para los demás. ¡Eso es comulgar!
15. Con el sacrificio de Cristo nace una nueva raza, raza que será Cristo en la tierra hasta el fin del mundo. Los hombres que reciben a Cristo se transforman en Él. “Vivo yo, ya no yo, Cristo vive en mí”, decía S. Pablo, y vive en mi hermano que comulga junto a mí, y vive en todos los que participamos de Él. Todos formamos un solo Cristo. Vivimos su vida, realizamos su misión. Somos una nueva humanidad, la humanidad en Cristo. Estrechamente unidos, más que por la sangre de familia, por la sangre de Cristo, y en Cristo, por Cristo, y para Cristo vivimos en este mundo.
16. Un alma permanece superficial mientras que no ha sufrido. En el misterio de Cristo existen profundidades divinas donde no penetran por afinidad sino las almas crucificadas. La auténtica santidad se consuma siempre en la cruz. Muchos cristianos se quejan de la tibieza de sus comuniones, del poco fruto que obtienen de su contacto con Cristo. Olvidan que la verdadera preparación a la Comunión no se reduce a simples actos de fervor, sino que consiste principalmente en una comunión de sufrimientos con Jesús.
17. …Si queremos realizar la vida de Cristo, no busquemos alimentos de sensibilidad, literatura, sino el gran alimento del cual no podemos prescindir: la Eucaristía.
18. La Eucaristía es el gran alimento de esta vida, el tónico para los débiles, el alimento sano para los fuertes, el estímulo para los oprimidos.
19. La Eucaristía es la presencia no solo corporal de la divinidad; es la unión de alma a alma de la divinidad con nosotros; la unión sin intermediario.
20. La Eucaristía no es el sacramento de la adoración, sino el sacramento de la Comunión. Por eso la misa no es una visita a una iglesia, es una acción; y nuestra misa es una participación en dicha acción.
21. La Eucaristía, ¡qué realidad tan profunda! La presencia de Cristo prolongada en el tiempo; en el espacio. La perpetuidad de la Encarnación.
22. Lo que se requiere de parte del que comulga es el deseo de la voluntad de recibir a Cristo, de honrarlo y de aprovecharse de su visita para mejorar en su vida, haciéndose más semejante a Él. Y para esta recepción se prepara en la medida de sus fuerzas.
23. La Comunión es el centro de la vida cristiana como Cristo es el centro del cristianismo… Cristianismo sin Cristo, es como concierto sin músicos… y cristianismo sin Comunión, es permanecer en la pura región de las ideas, es como un amor sin presencia, una amistad sin confidencias, una caridad sin donación: cristianismo sin comunión es palabra hueca, vacía de sentido…
24. Por la Comunión se realiza una asimilación vital: cuando comemos una manzana la asimilamos, el principio superior asimila el inferior; cuando comulgamos Cristo nos asimila, nos transforma en Él, nos permite realizar el sueño secular de la humanidad: participar de la vida divina.
25. ¡Oh!, si fuéramos a la misa a renovar el drama sagrado: ofrecernos en el ofertorio con esas especies que van a ser transformadas en Cristo pidiendo nuestra transformación… a ser aceptados por la divinidad en la consagración, a ser transubstanciados en Cristo.
26. Quien haya comulgado una vez, nada tiene que envidiar a los contemporáneos de Cristo… Nuestras almas viven en íntima unión con la suya.
27. Toda la razón de ser de mi vida, todo el sentido de mi existencia lo descubro yo y lo recuerdo cada vez que asisto a la santa misa, cada vez que comulgo.
28. Uno es cristiano en la medida en que vive realmente del sacrificio eucarístico, en que celebra la misa -no la oye-, la celebra. Esto es: ofrece el sacrificio de Cristo total, del Cristo místico, el de Jesús y el suyo.
29. Y entre estas obligaciones, las primeras las que se refieren a Dios. Saber encontrar tiempo para la oración; para una oración tranquila, sacrificar al sueño, o al descanso, sino hay otro deber ineludible lo que sea necesario para alimentar nuestra alma como la sagrada comunión, con la comunión cotidiana, si posible… con la santa misa, ¡cuándo se ha comprendido lo que es la misa!
30. ¡Oh si fuéramos conscientes de lo que significa nuestra unión a Cristo respecto al Padre! Respecto a Cristo mismo, respecto a nuestros hermanos, tendríamos todo en la misma Eucaristía.
31. ¿Queremos solucionar los problemas del mundo? Acerquémonos a la Eucaristía. El mundo está mal, porque falta amor; la Eucaristía es puro amor, amor que se inmola, amor que se anonada.
32. Cómo sacrificar: Prepararme a ella (la misa) con mi vida interior, mis sacrificios, que serán hostia de ofrecimiento; continuarla durante el día dejándome partir y dándome…en unión con Cristo.
33. El gran momento en la historia de nuestra raza no fue la creación, sino la noche del Jueves al Viernes Santo, con la primera misa que duró 20 horas. El cristiano ha de entusiasmarse con este sacrificio que le abre las puertas de los grandes bienes sobrenaturales.
34. La comunión es una transfusión no de sangre, sino de vida divina que hace que estos dos seres vivan una misma vida.
35. La comunión no es para sentir, sino para alimentarse, para fortalecerse, para premunirse, finalmente para darle gusto a Cristo dejándolo venir a mí, como tanto lo desea.