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Hace 81 años: Padre Hurtado Publicó libro “CRisis Sacerdotal en Chile”

Escrito por Fundacion Alberto Hurtado

 

En 1936, después de la Primera Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Civil Española, el Padre Hurtado denunció una “crisis de humanidad” y una “crisis de cristianismo” en un libro que preguntaba si estaban preparados los cristianos para proponer algo distinto y detener el avance de la secularización que amenazaba con vaciar de contenido cristiano el acontecer del mundo.

(Foto CRISIS SACERDOTAL)

Por Francisco Jiménez SJ, publicado en https://territorioabierto.jesuitas.cl/

El Padre Hurtado vivió un tren urgente de vida. Su ministerio de 16 años en Chile estuvo marcado por un ritmo frenético de actividades y compromisos. La pasión lo devoró. Literalmente. Dos ejemplos: en 1937 debe irse a Calera a descansar con la orden de no hablar para cuidar su garganta desgastada; en 1951, el Provincial Lavín le ordena bajo obediencia no aceptar nuevos compromisos por 100 días y descansar. ¿De dónde venía esa urgencia? ¿Qué apasionó tanto al Padre Hurtado que lo hizo llegar al límite de sus fuerzas?

Urgió al Padre Hurtado la suerte del mundo y lo aterrorizó que la Iglesia no estuviese preparada para responder a las demandas de una humanidad “al borde del abismo”. El joven Hurtado creció escuchando acerca del horror de la Gran Guerra y vio ante sus ojos la marea humana de obreros y familias llegando a Santiago sin más propiedad que el hambre. En Europa como un novel jesuita debió huir de la violencia política en España y recorrió los estragos de la depresión económica que asoló la primera mitad de los treinta. La Segunda Guerra Mundial fue el trasfondo constante de su predicación. Para el Padre Hurtado la humanidad vivía una crisis severa, quizá “la peor de su historia”. Sin embargo, no era esta crisis lo que de verdad lo conmocionó, la humanidad ha caminado siempre en un feble equilibrio. Lo que, en el fondo, añadió urgencia a su preocupación fue la posición de la Iglesia y su pertinencia en el mundo moderno. Ante esta “crisis de humanidad”, le apremió la “crisis de cristianismo”. ¿Estaban los cristianos preparados para asumir esta crisis? ¿Para proponer algo distinto? ¿Para detener el avance de la secularización que amenazaba con vaciar de contenido cristiano el acontecer del mundo?

El Padre Hurtado denunció una y otra vez que la vida cristiana estaba disminuyendo en intensidad, menos católicos en misa, menos confesiones, ignorancia inexcusable acerca de las verdades fundamentales de la fe, falta de caridad ante el sufrimiento de los más pobres. Y se irritaba ante la frialdad y la indiferencia religiosa. La fe cristiana se volvía irrelevante en la vida cotidiana del hogar y la ciudad. ¿Qué hacer? ¿Cómo reaccionar? Esta crisis va a pillar a la Iglesia mal parada y eso le va a costar caro, le dijo en tono dramático al Papa Pío XII.

Sacerdotes como solución

La promoción de las vocaciones sacerdotales, entonces, fue la inicial respuesta del jesuita. Si hubiese más sacerdotes, la Iglesia podría responder a los desafíos del mundo moderno. Demasiado riesgoso seguir ofreciendo soluciones antiguas para problemas nuevos, era necesario estar a la altura de los tiempos con nuevos y enérgicos sacerdotes que, como savia nueva, revitalizaran el desgastado discurso eclesial. Y el Padre Hurtado invirtió gran parte de su tiempo en cultivar jóvenes y en acompañar a aquellos que sentían vocación al sacerdocio. La clave para revertir el proceso de irrelevancia que amenazaba a la fe católica era el surgimiento de más vocaciones, nuevos obreros capaces de consagrarse “a continuar en el mundo la obra de Cristo”. Sus libros la Crisis Sacerdotal en ChileEs Chile un País Católico y Elección de Carrera, tuvieron como objetivo principal suscitar nuevas vocaciones al sacerdocio. Ahí estaba la solución. Ahí puso su energía.

Sin embargo, Alberto Hurtado sintonizó profundamente con los cambios que se estaban produciendo en la Iglesia de su tiempo. La concepción clerical y hierática, donde el sacerdote era el centro y agente fundamental de la misión de la Iglesia, se fue trizando y dio paso, lentamente, a una concepción más comunitaria y participativa, en la que la sintonía con “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias” del mundo moderno y la confianza en el laicado se fueron haciendo cada vez más relevantes.

Estar con los pobres, trabajar con los laicos

A pesar del notable éxito que el Padre Hurtado tuvo en el trabajo con jóvenes y la promoción vocacional, el foco de su atención comenzó a girar a partir de 1944. Si bien la preocupación social fue transversal a su vida, el sufrimiento de los marginados golpeó su puerta con más fuerza y se sintió empujado a hacer algo más que sólo predicar la justicia. La fundación del Hogar de Cristo (1944) y la ASICH (1947) y sus viajes por Estados Unidos (1945) y Europa (1947) reubicaron su apostolado. Su fuerza y su pasión desbordantes comenzaron a gastarse en el empoderamiento de los pobres y sus reivindicaciones sociales.

Su convicción fue ésta: sólo podría detenerse el creciente proceso de irrelevancia de la Iglesia si ésta respondía a los nuevos tiempos como lo estaban haciendo los comunistas esos años: escuchando el clamor de los marginados y viviendo en medio de ellos. Se fue convenciendo que no se sacaba nada con nuevas vocaciones si la Iglesia no estaba más cerca del pobre y si el clero no era capaz de reconocer en el laico un aliado de igual dignidad y capacidad. La Iglesia en su conjunto debía acercarse a buscar la solución de los problemas humanos, concretos, de la sociedad; los nuevos sacerdotes debían tomar contacto con la realidad, insertarse en el medio popular, sin esconderse ni alienase en discursos abstractos. Los laicos eran fundamentales en este esfuerzo.

El amor por Cristo desvivió al Padre Hurtado. Lo entregó todo por Él. Literalmente. Y este amor se tradujo en una encendida pasión por la Iglesia. Su anhelo por más y mejores sacerdotes, expresión de esta pasión, no cejó durante toda su vida, pero se matizó. La Iglesia necesitaba nuevos sacerdotes, pero los necesitaba abiertos a dialogar con el mundo y capaces de trabajar codo a codo con los laicos. El Padre Hurtado, lustros antes del Concilio Vaticano II, en sintonía con signos de los tiempos, vislumbró que el futuro de la Iglesia y su pertinencia sólo podía pasar por su solidaridad afectiva con el mundo moderno, especialmente con los pobres y sufrientes, y por un trabajo activo, sin recelos, de laicos y clérigos en colaboración.

Publicado originalmente en https://territorioabierto.jesuitas.cl/

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