A sus 94 años, el padre Jaime Correa conserva intactos los recuerdos, llenos de detalles, del proceso de beatificación y canonización del Padre Hurtado que culminó el 23 de octubre, hace 13 años.
“Fui su alumno y él mi director espiritual en el último año de colegio, en 6º Humanidades. Fue mi profesor de religión, mi padre espiritual. Vi mi vocación el año 1941, cuando hice los ejercicios espirituales con él. El fue muy respetuoso en todo este proceso de discernimiento. Nunca me presionó”, cuenta Jaime Correa, al recordar su vida, que se entrelazó con la de Alberto Hurtado.
“Sin embargo, mi padre se opuso. El Padre Hurtado habló con él, pero no dio su brazo a torcer tan fácilmente. Recién me dio permiso para entrar a la Compañía de Jesús dos años después, en 1943. En el intertanto trabajé como vice-ecónomo de la Acción Católica, codo a codo con el Padre Hurtado. Fuimos muy cercanos, incluso él me fue a dejar al noviciado después de tomar té con mis papás y hermanos; éramos 8 hijos, no queda ninguno vivo, yo era el quinto…
Viví muy cerca del Padre Hurtado ya como jesuita, entre el año 1943 y 1952. Varias veces coincidieron nuestras vacaciones en Calera de Tango o en las Brisas de Santo Domingo. Otras tantas lo acompañé a dar ejercicios espirituales: yo me encargada de coordinar el aseo de las piezas, de recibir a los ejercitantes, aportar cuadernos, tener la comida a tiempo, cobrar las pensiones. El Padre Hurtado era un gran predicador. Cuando daba ejercicios, dirigía cuatro horas de oración al día. Dos horas en la mañana y dos horas en la tarde.
Después, cuando me fui a estudiar a Argentina él me fue a ver a Buenos Aires. Siempre lo sentí como un padre espiritual. Cuando yo cursaba el tercer año de magisterio, él falleció. No pude venir a su funeral.
Cuando el Padre Hurtado murió todos pensamos que había muerto un hombre de Dios, un santo. En su funeral Monseñor Manuel Larraín dijo que había sido “una visita de Dios a nuestra Patria”. Y todos sentíamos eso. El Provincial en esa época en Chile era el padre Alvaro Lavin S.J y comenzó a trabajar en su causa de Canonización, aunque debía cumplirse ujn plazo de 10 años antes de iniciarla formalmente. El sucesor del Padre Lavin como provincial, Carlos Pomar S.J. apenas asumió, hizo una encuesta a todos los jesuitas de la provincia preguntándoles su opinión sobre el Padre Hurtado. Alrededor de 120 contestaron asegurando que se trataba de un sacerdote santo. Otros no le habían conocido. Todas esas respuestas se guardan en el archivo jesuita.
En la década del 60 asumió el padre José Aldunate como provincial, pero él no fue partidario de pedir formalmente la apertura de la causa. Eras tiempos complejos en Chile y Amércia Latina. El padre Aldunate decía que el título de santo no le iba a agregar nada a lo que el Padre Hurtado ya era para Chile y que el mismo Padre Hurtado hubiera preferido concentrar todos los esfuerzos en el servicio de los más pobres. Después del Padre Aldunate asumió como provincial un jesuita español, Manuel Segura. Y por petición especial de Alvaro Lavín S.J, él pidió el inicio de la causa al Arzobispado de Santiago la que quedó a cargo del propio Padre Lavín.
El Padre Lavín fue toda la vida muy amigo del Padre Hurtado y fue su biógrafo. Pero a fines de lo 80 estaba muy enfermo, casi ciego. Le ayudaba mucho Mónica Jara, secretaria, pero a su estado de salud se sumaba que cada consulta a Roma se demoraba un mes. Eso hacía todo muy lento y se veía más lento aún. En un encuentro de provincia, siendo provincial Cristián Brahm, un jesuita se quejó de lo detenida que estaba la causa del Padre Hurtado. Esa queja fue oída y me pidieron que me uniera a este trabajo. Pero yo pedí ser un ayudante del Padre Lavín y recién fui Vice Postulador oficial en 1990. Ya al menos había fax; consultaba algo a Roma en la tarde y al día sigueinte en la mañana tenía la respuesta.
Pese a todo lo anterior, la causa de san Alberto Hurtado es la más rápida que ha tenido la Compañía de Jesús, de principio a fin, sin considerar a los mártires. Desde 1952 al año 2005. Incluso más rápida que la de San Ignacio de Loyola, que murió en 1556 y fue canonizado en 1622. Y desde que comenzó la Causa del Padre Hurtado, en 1977 hasta el 2005, más rápido aún. Estoy inmensamente agradecido de este encargo que me tocó hacer en la Compañía de Jesús.