Extracto del capítulo doce del libro “Humanismo Social” escrito por el Padre Hurtado.
Nuestra época necesita afirmar fuertemente la responsabilidad de cada hombre en los intereses comunes. Entre los deberes de justicia el cumplimiento de los deberes cívicos es una obligación grave de todo ciudadano. La política mira al bien común, está destinada a crear las instituciones de justicia social que traen el bien general.
¡Cuántos bienes dependen de las leyes! La educación, bienestar, libertad, el respeto a la conciencia, la organización de la vida económica, la defensa de la patria. A nadie, por tanto, le es lícito desinteresarse de una causa en que se juegan intereses tan importantes.
La colaboración de cada cual será diferente según su edad, preparación, independencia económica. En la juventud el aspecto formación es el más importante, pues mientras mayor sea esa formación mayor será su influencia en los destinos nacionales.
Países jóvenes como el nuestro necesitan especialistas bien preparados que puedan dar una orientación bien definida a sus problemas. Y eso no se improvisa. Por eso conviene que desde el colegio se forme a los niños en contacto con las necesidades nacionales, aprendan a discutirlas y adquieran conciencia de que en ellos descansa el futuro del país.
La formación política de la juventud debe inculcar la primacía de los intereses nacionales sobre los partidistas, la sinceridad, la abnegación y disciplina en el servicio del partido pero, más aún, en el servicio de la nación; no debe fomentar el odio a los otros partidos y debe hacer posible el espíritu de comprensión para llegar a entenderse cuando haya intereses superiores en juego. Ahondar divisiones en la familia nacional es crimen de lesa patria; acortar distancias es trabajar por la grandeza del país.
La autoridad es absolutamente necesaria; hay una inmensa falta de respeto al poder establecido que es necesario afirmar. Las sanciones eficaces son indispensables y hace falta que sean en verdad eficaces frente a los grandes como a los pequeños, y más frente a los grandes, porque su responsabilidad es aún mayor.
Acabar con la miseria es imposible, pero luchar contra ella es deber sagrado. Que el país vea que sus políticos no buscan intereses personales, sino los de la nación y que ponen todas sus energías para dar bienestar no a un grupo sino a la masa de sus conciudadanos; que si no se obtiene todo lo que se desea es porque la pobreza de la nación, la falta de medios humanos y técnicos no permiten llegar más lejos. Eso convence.
Hemos de desear un orden social cristiano. Un Estado es cristiano no solo cuando establece el nombre de Dios en sus juramentos, sino cuando el sentido del Evangelio domina su espíritu. Colaborar a un orden social así concebido es realizar la mayor obra de caridad social.
El patriotismo no ha de ser belicoso con otros países. La nación, más que por sus fronteras, se define por la misión que tiene que cumplir. Querer que la patria crezca no significa tanto un aumento de sus fronteras cuanto el cumplimiento de su misión. ¿Cuál es la misión de mi patria? ¿Cómo puede realizarla? ¿Cómo puedo colaborar yo a ella?
La suerte de los otros países no puede ser extraña a quien tiene hondo sentido social y ha de propiciar en la medida de su influencia una política internacional justa.
Todas las tentativas que se hagan por la comprensión internacional, por la creación de un derecho e instituciones internacionales deben encontrar en los católicos sus más ardientes partidarios.
El odio contra otros países, la suspicacia convertida en sistema, la prédica “anti” contra tal o cual país, los prejuicios raciales, el orgullo de superioridad nacional, el patriotismo convertido en sistema, todo esto ha de ser eliminado pues se opone a la fraternidad internacional. El amor a la patria, lo repetimos, más que en el ensanche de sus fronteras se ha de traducir en el cumplimiento de su misión.
Y si en virtud de la justicia o de la caridad, porque también hay caridad internacional, se llega a ver la necesidad de medidas que beneficien a otros países, aún a expensas del propio, hay que propiciar tales soluciones, pues los problemas internacionales, no menos que los de la vida privada, han de ser resueltos en justicia y caridad. ¡Nunca será patriotismo negarse a escuchar esas voces!
San Alberto Hurtado S.J.