1. Que todas las criaturas sean transparentes y me dejen siempre ver a Dios y la eternidad. A la hora que se hagan opacas me vuelvo terreno y estoy perdido.
2. Este ideal es el equivalente del pensamiento ignaciano de la mayor gloria de Dios: buscar en todo, no lo bueno, sino lo mejor, lo que más me acerca a Dios; lo que puede realizar en forma más perfecta la voluntad divina.
3. Dios nos conceda este ideal realizado, esta comprensión vivida, que lo único que vale es Dios y todo lo demás, ante Él, es como si no fuese. “¿Qué tiene esto que ver con la eternidad?”. “¿De qué le aprovecha al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su alma?”.
4. El tanto cuanto es un principio fundamental; es la sabiduría divina; es una balanza de precisión absoluta. Usar y dejar: nivelar el querer y el poder es la base de la felicidad. Es feliz el que puede lo que quiere. ¡Usar y dejar! Tanta fortaleza para lo uno, como para lo otro. Nada me debe mover a tomar o dejar algo, sino sólo el servicio de Dios y la salvación de mi alma. La rectitud de intención es cosa más difícil que las rectificaciones simplistas que creemos hacer.
5. Pensar que mi fin es el cielo y todo lo que hay como trenes. Buscar, ¿cuál es mi tren? No he de aferrarme a las cosas por sí mismas, porque sean bonitas o feas, sino porque me conducen.
6. ¿Cómo obtener la rectitud de intención? Dominando mis afectos sensibles por la contemplación y la mortificación. Desarrollar en nosotros, por la meditación y la oración, el gusto de la voluntad de Dios. Entonces bajo cualquier disfraz que Dios se esconda lo hallaremos.
7. Supuesta la voluntad de Dios, todas las criaturas son igualmente aptas para llevarnos al mismo Dios: riqueza o pobreza, salud o enfermedad, acción o contemplación, Evangelio, liturgia, prácticas ascéticas: lo que Dios quiera de nosotros. Entre las manos de Dios cualquier acción puede ser instrumento de bien, como el barro en manos de Cristo sirvió para curar al ciego.
8. El que ha comprendido la espiritualidad de la colaboración toma en serio la lección de Jesucristo de ser misericordioso como el Padre Celestial es misericordioso, procura como el Padre Celestial dar a su vida la máxima fecundidad posible. El Padre Celestial comunica a sus creaturas sus riquezas con máxima generosidad. El verdadero cristiano, incluso el legítimo contemplativo, para asemejarse a su Padre, se esfuerza también por ser una fuente de bienes lo más abundante posible. Quiere colaborar con la mayor plenitud a la acción de Dios en él. Nunca cree que hace bastante. Nunca disminuye su esfuerzo. Nunca piensa que su misión está terminada. El trabajo no es para él un dolor, un gasto vago de energías humanas, ni siquiera un puro medio de progreso cultural. Es más que algo humano. Es algo divino, es el trabajo de Dios en el hombre y para el hombre. Por eso se gasta sin límites.
9. ¡Soy libre! Mi gran título de honor; el privilegio del hombre, del ángel y de Dios. En la creación material ningún otro ser es libre. Todos ellos llegan a su fin necesariamente. Nosotros no. Tenemos ley, la conocemos, tenemos fuerza para observarla. De nosotros depende su observancia o inobservancia. La libertad es la más grande perfección de todo el universo.
10. Es olvidándose como uno se encuentra. Es dándose como uno crece. Es ligándose que llega uno a la libertad.