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Los grandes dolores

Escrito por Fundacion Alberto Hurtado

Extracto de un texto más largo llamado “Las virtudes viriles”, redactado por el Padre Hurtado en París, en noviembre de 1947.

Un gran dolor cuando se trabaja en común, es el abandono progresivo de muchos, que abandonan el equipo y abandonan el plan de Dios.

Un gran dolor es darse cuenta de la lentitud con que penetra el Mensaje, del rechazo que le oponen los hombres, de ver cómo prefieren las tinieblas a la luz (Juan 3,19).

Un gran dolor, el mayor tal vez, es darse cuenta que la Iglesia tiene en sí todo cuanto puede establecer el mundo en la paz, y encontrar dormidos a la mayor parte de los mejores cristianos, y tantos sacerdotes que no han comprendido el Mensaje.

Un gran dolor es encontrar la oposición de los grupos paralelos o llamados a completarse, con quienes habría que marchar, en perfecta armonía, en la batalla.

Un inmenso dolor es encontrar tanta verdad, tanta generosidad, tanta habilidad, en aquellos que pretenden liberar al hombre, pero que, ignorando a Cristo, no hacen sino encadenarlo.

Un gran dolor es sentirse imponente ante un gran dolor.

Un gran dolor es el amor que fracasa y que no encuentra eco alguno en aquellos a quienes se dirige. A veces al hombre apostólico todo le parece perdido. No hay más que fracasos en perspectiva. Por todos lados, muros. No se ve una salida. Los colaboradores flaquean, la salud se debilita. Se encuentra privado de su fuerza, de su confianza, de su optimismo, de su testimonio interior. Pero sobre todo no tienes ánimo, te sientes cansado, como sin resorte… Después de todo ¿no te equivocaste al tomar este camino? ¿Por qué haber pretendido abarcar tanto y cosas tan difíciles? ¿No quiere todo esto decir que has de echar marcha atrás?

Un gran dolor, en otros momentos, es la soledad. Se puede estar rodeado y sentirse solo. Lleva uno en su interior, sus planes, sus angustias, sus certezas. Los que lo rodean, sin maldad alguna, ni siquiera se interesan por lo que para él es vital.

Y hay un dolor, ese sí que es grande, cuando Dios mismo parece haberse marchado.

San Alberto Hurtado S.J.

 

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