Marta Cruz-Coke tiene 95 años (1923), es profesora de Filosofía y la primera mujer en dirigir la Dibam y al mismo tiempo la Biblioteca Nacional. Fue declarada Hija Ilustre de la ciudad de Santiago en reconocimiento a su arduo trabajo en favor del patrimonio y la cultura nacional. La señora Marta, a los 20 años, conoció al P. Hurtado y fue una de sus más cercanas colaboradoras.
El 8 de julio de 1941 el Padre Alberto Hurtado asumió como Asesor Diocesano de la rama juvenil de la Acción Católica. La A.C. había sido impulsada en 1923 por el Papa Pío XI, que la definía como la “participación y colaboración de los laicos en el apostolado jerárquico de la Iglesia”, y significó un decidido impulso a la valorización de la participación activa de los laicos en la Iglesia.
La presidenta de la rama femenina de la Acción Católica en esos años, era Marta Cruz-Coke una joven con muchas ganas y mucho ímpetu. A sus 20 años se sintió transformada por la personalidad del Padre Hurtado, tanto que hoy a los 95, comparte momentos, vivencias y sensaciones del santo chileno tan claras como cuando ocurrieron.
Santidad:
“Siempre supimos que era santo, los que de una manera u otra participamos en pequeñas dosis de lo que fuere de su apostolado, sabíamos que era santo. Era un secreto compartido, porque nadie hablaba de eso pero todos lo llevábamos adentro. Por una razón muy simple, verlo actuar, moverse era ver a Cristo, y de eso no hubo nunca, en ninguno de nosotros, una duda”.
Jesús amigo:
“Él hacía un apostolado al tipo de Jesús, persona por persona, él no era un orador de multitudes. Contaba que tenía un amigo que se llamaba Jesús. Yo estuve en un retiro, en el que él habló justamente de eso, fue un shock el que nos produjo, porque nos dimos cuenta que Jesús era el único amigo que teníamos, el único verdadero, inextinguible y seguro”.
Contagio y no abuso:
“Él nunca hizo sino sugerir, actuaba por “contagio”, era tan impresionante verlo, de la forma en que absolutamente estaba dedicado al otro, No a “los otros” multitud, si no a cada otro, uno por uno, que uno se contagiaba. La palabra contagio es para mí, la más real”.
Dio su vida:
“Cuando él se enfermó, de alguna manera yo no tuve ninguna sorpresa, porque era el caso de una persona había dado su vida para llenar mejor su mañana. Él era todo o nada”.
Obra de Dios:
“A los jóvenes podemos transmitir la santidad del P. Hurtado de una manera muy simple: diciéndoles que lo que él era en su interior, era una obra de arte de Dios y como tal era tan completa, tan centrada sobre todo, que contagiaba. Le explico: una obra de arte resplandece y es bella porque sus proporciones son armoniosas y calzan unas con otras. En el P. Hurtado su persona era de tal manera armoniosa y centrada que cuando él vivía, transmitía una luz interior muy notable que de alguna manera nos alcanzaba a todos, y a casi todos nos transformó”.
De lobos a corderos:
“Cuando Mons. Salinas, obispo auxiliar de Santiago lo sacó de la dirección de los jóvenes, él lo supo a través del diario, no le habían avisado nada. Esta forma de obrar nos pareció tan inconcebible, que nosotros, que en ese tiempo éramos muy jóvenes y en consecuencia muy arrebatados, pensamos en hacer algo como una marcha bajo las ventanas del Arzobispado diciendo “abajo Monseñor Salinas”. queríamos hacer algo drástico para reivindicar a nuestro maestro.
Fuimos una 6 o 7 personas a verlo a su oficina en San Ignacio, y entramos arrebatadamente a decirle todo lo que sentíamos. El Padre Alberto se sentó, nos oyó, sonrió, con esa sonrisa tan bonita, y no nos dijo nada, solo una que otra observación. Pero le puedo decir una cosa: yo había entrado dispuesta a matar a alguien, y salí transformada en un cordero. ¿Qué hizo?, no sé, pero salimos todos transformados en corderos, sin juzgar a nadie, solamente por su presencia”.
La Iglesia:
“El Padre Hurtado hubiera defendido la Iglesia, él era un hombre de Iglesia, y por él la Iglesia fue mejor. Él no habría emitido juicios, pero habría dado testimonios por los otros”.
La despedida:
“Lo vi que venía con ese pasito rápido que tenía, y me detuve para hablar con él. Él me saludó con mucho cariño y entró al tiro en su tema que en ese tiempo eran los sindicatos. Me dijo que le pidiera a mi marido que se metiera en este tema de los sindicatos católicos, porque Gustavo había sido profesor de Derecho del Trabajo y era importante que hubiera católicos que dieran testimonio. Me habló de eso durante 3 o 4 minutos, después me preguntó cómo estaba, le dije que muy bien y me respondió ¡Qué bueno!. Me tomó las dos manos y me dijo “nos estamos viendo, patroncita”. Después enfermó y ya se fue a la clínica, pero él sonreía, siempre sonrió”.
Cristo mismo:
“Yo nunca he tenido la sensación de estar frente a Cristo como la tuve con el P. Hurtado”.