El 18 de octubre de este año estalló una de las mayores crisis sociales de nuestra historia republicana. Por una triste coincidencia, hace 72 años —el 19 de octubre de 1947— san Alberto Hurtado entregó un informe sobre Chile al Papa Pío XII. En este señalaba: “En mi opinión el mayor peligro está en que parecemos no darnos cuenta del peligro…, ni de la inmensa tragedia que nos va a coger desprevenidos”.
Por María Ester Roblero. Artículo publicado en Revista Jesuitas n.49
Por la gravedad de las afirmaciones del Padre Hurtado al Papa Pío XII, que apuntaban a la clase alta chilena y a sus obispos, el contenido de este informe recién se conoció a comienzos de los noventa, al iniciarse su proceso de canonización.
San Alberto viajó a Roma en octubre de 1947 a pedir autorización al Papa para fundar la Acción Sindical y Económica Chilena. “Con espíritu de filial confianza me permito someter a V. S. algunas observaciones sobre la situación social de Chile”, comienza este documento. Al respecto, describe: “Ante todo, se nota una diversidad muy grande en las condiciones económicas y humanas… Los salarios son muy bajos. Los obreros son frecuentemente trabajados por los marxistas… No ven un interés sincero en los patrones ni en la mayoría de los católicos para cambiar su situación miserable.
…El clero, aun los Obispos, aparecen al pueblo como demasiado ligados con el capitalismo… De ningún modo se ve un esfuerzo para hacer pasar al terreno de las realizaciones las enseñanzas de las Encíclicas, y hasta en la exposición de esta doctrina se es demasiado ‘prudente’… Los Obispos son piadosos, preocupados del bien espiritual de las almas, pero la mayoría parece no darse cuenta de los reales movimientos de la masa. El ambiente que los rodea les hace pensar solamente en el peligro comunista. Me permito señalar que el Arzobispado de Santiago ha sido gobernado desde más de cuarenta años por Arzobispos santos, pero de edad, cuya falta de dirección personal se hace sentir en la capital, con repercusiones en todo el país”.
“¡Es una vergüenza cómo vivimos!”
Desde que regresó a Chile, a la edad de 36 años, en 1937, el Padre Hurtado postuló la solidaridad como la reparación de una deuda y un deber de justicia. En este contexto es que debe entenderse su reiterada exclamación: “La caridad empieza donde termina la justicia”.
En una entrevista con Marina de Navasal, el 25 de octubre de 1946, dice: “¡Es una vergüenza cómo vivimos; 5.000 vagos arrastran sus harapos, 300.000 tuberculosos… Entonces, y a la medida de nuestras fuerzas, tratamos de reparar la injusticia, y así cumplimos con nuestro deber”. El “activismo solidario” del Padre Hurtado estaba enraízado en una profunda teología y espiritualidad. En una conferencia sobre la distribución y uso de la riqueza, que pronunció en 1950 en Cochabamba, Bolivia, en la Concentración Nacional de Dirigentes del Apostolado económico-social, señaló: “El que acepta la encarnación la debe aceptar con todas sus consecuencias, y extender su don no solo a Jesucristo sino también a su Cuerpo Místico. Y este es uno de los puntos más importantes de la vida espiritual: desamparar al menor de nuestros hermanos es desamparar a Cristo mismo; aliviar a cualquiera de ellos es aliviar a Cristo en persona. Tocar a uno de los hombres es tocar a Cristo”.
En su libro póstumo Moral Social, recientemente traducido al inglés por académicos de Boston College, el pensamiento social del Padre Hurtado cristaliza como un puente entre la moral clásica, centrada en la relación solitaria del hombre con Dios y una nueva moral social, donde aparece la idea del Pueblo de Dios. Adelantándose a lo que luego señalaría el Concilio Vaticano II, el Padre Hurtado veía como urgente tomar y asumir la responsabilidad cristiana de crear estructuras sociales que permitieran a todos los miembros de la sociedad gozar de las condiciones mínimas necesarias para una vida digna.
Sin justicia, no hay paz
En sus numerosas conferencias, columnas en los medios de comunicación, homilías y prédicas, el Padre Hurtado insistía en que la justicia no solo debe preceder a las acciones de caridad, sino que además es garante de la paz social. “¿Cómo pueden amar a la Patria los que han recibido tan poco de ella, esos miles y miles de seres humanos nacidos en el barro, raquíticos, desarrapados, analfabetos que se ven forzados a huir de la casa en busca de un poco de alegría y de un trozo de pan?”, escribió en la Revista del Hogar de Cristo, en agosto de 1948.
A pesar de los tristes escenarios que describía y de sus temores sobre estallidos sociales que inevitablemente ocurrirían si no se reparaban las injusticias, el Padre Hurtado depositaba una gran esperanza en los jóvenes: “Es necesaria la cooperación inteligente de los técnicos que estudien el conjunto económico-social del momento que vive el país y proponga medidas eficaces… Tengo la íntima convicción de que si los católicos proponen un plan bien estudiado que mire al bien común, encontrarán el apoyo de buenas voluntades que existen en todos los campos y se convertirá este plan en realidad” (enero de 1950, en Cochabamba, Bolivia).
En una entrevista que concedió a Luis Hernández Parker para revista Ercilla, pocos meses después de su encuentro con el Papa Pío XII, el periodista le preguntó cuál era su meta al iniciar un apostolado con los sindicatos. El Padre Hurtado contestó: “La justicia social… Esa es nuestra meta. Conquistar al hombre para que vuelva a ser hombre. Para que deje de ser masa. Para que vuelvan la cordialidad, la paz y el compañerismo entre ellos”.