Hay una hermosa canción de la obra Funny Girl que siempre da vueltas por mi cabeza. No la puedo cantar, pues no soy bueno en eso. Aunque cuando estoy solo, sí me atrevo, pues hay algo en la letra que hace bien recordarlo. Es la canción “People” (Personas).
En su versión en español diría más o menos, “las personas que necesitan de las personas, son las más afortunadas del mundo”. Más adelante dirá que “ni con toda nuestra soberbia y orgullo, podemos ocultar nuestra necesidad de otros”. Me gusta repetir la letra en mi escaso inglés para no olvidarme de ello.
Por otro lado, recibimos mensajes por variados canales que pretenden convencernos de otra aparente verdad, que si obtenemos esto o aquello nos sentiremos plenos, confiados, satisfechos, habremos alcanzado nuestro gozo. Sin embargo, cuando acaba el día, cuando ha pasado la novedad, cuando otro día se suma al anterior y seguimos siendo los mismos, tenemos que reconocer que ninguna de las cosas que tenemos logra ocupar el espacio que solo las personas pueden llenar. Necesitamos de los otros y otras. Nos necesitamos mutuamente.
Hemos comenzado otro agosto. Un mes al que tememos por el frío y la humedad, y que aparece como el obstáculo a superar para cantar victoria. Agosto es también el mes en que los aromos florecen y nos dicen que se acerca la primavera y toda su belleza. Aunque agosto se ha ganado otro nombre, uno que no causa temor alguno, al contrario, un nombre que transmite vida, alegría y consuelo: el Mes de la Solidaridad. Podremos no ser creyentes, podremos dudar de muchas cosas, pero hay algo que sí concedemos, que ese nombre lo ganó el desvelo de alguien que no descansó haciendo vida su necesidad de las personas, el Padre Hurtado.
En todos nosotros hay un anhelo de felicidad. Todos buscamos el modo de que nuestra vida sea bendecida con la felicidad. La buscamos en cada esquina, en cada rincón. Somos capaces de muchos esfuerzos por conseguirla. A veces, como comentaba, creemos encontrarla en la posesión de algunas cosas. Pensamos que teniendo esto o aquello nos cubriremos mágicamente de su capa, y la felicidad irá con nosotros a todo lugar. Sin embargo, ese momento mágico no llega, porque no existe.
Así se los contaba el Padre Hurtado a un grupo de jóvenes que hacían retiro en Semana Santa: “Y ¿qué impresión de conjunto? Que la materia no basta, que la civilización no llena, que el confort bueno está, pero que no reside en él la felicidad. ¡Que da demasiado poco y cobra demasiado caro!” No hay que engañarse, por ese lado no va el camino. Todo lo contrario. Por esa huella nos comenzamos a perder, pues cambia el norte de nuestra vida pensando que algunos objetos, algunos bienes, pueden contentar nuestra sed interna.
En una homilía de matrimonio, el Padre Hurtado da una pista importante. “¿Y en qué consiste la felicidad, mis queridos esposos? El Señor Jesús nos da la norma de la felicidad cristiana y la razón de ser de ella, la felicidad cristiana consiste en darse… La felicidad tiene una sola norma: darse, entrega de sí mismo”. Quizás por eso, siempre que vemos una foto del Padre Hurtado lo vemos sonriendo. Él creía absolutamente en lo que comunicaba y su vida fue darse. Por eso, la necesidad de las personas, pues solo con ellas y en ellas encontramos la felicidad.
Esto mismo es lo que está detrás de muchas de las enseñanzas del Papa Francisco cuando nos dice que tenemos que ser agentes de consolación. En el último encuentro que tuvo con delegados jesuitas, les insistió en la urgente necesidad de ser agentes de consolación para tantos, para nosotros, para todos.
Ese oficio lo ve con urgencia pues debemos ayudar “…a que el enemigo de natura humana no nos robe la alegría: la alegría de evangelizar, la alegría de la familia, la alegría de la Iglesia, la alegría de la creación. Que no nos la robe ni por desesperanza ante la magnitud de los males del mundo y los malentendidos entre los que quieren hacer el bien, ni nos la reemplace con las alegrías fatuas que están siempre al alcance de la mano en cualquier comercio”.
Siguiendo al Padre Hurtado y lo que el Papa nos dice, la alegría tiene que ser la nota distintiva de quienes creemos en Cristo. La alegría interna, la alegría que brota del corazón como de su fuente.
La alegría verdadera, no la alegría que se disfraza de colores, de artefactos, que se pone etiquetas, y que creemos podemos encontrar tras las vitrinas o a un click del mouse. Esas son las alegrías fatuas que nos señala Francisco.
La verdadera alegría, la felicidad, la recibiremos cuando seamos capaces de darnos. La verdadera felicidad está en descubrir que el gozo interno del corazón, ese gozo que permanece, ese gozo que nos acompaña a donde vayamos, ese gozo que buscamos en cada esquina y en cada rincón, ese gozo que anhelamos, está en hacer posible la vida de otros y otras, está en regalar vida regalándonos nosotros.
Por eso sigo tarareando la canción, “People, people who need people, are the luckiest people in ther world”.
Jorge Muñoz SJ
Rector Santuario Padre Hurtado
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