Prédica de matrimonio pronunciada por el Padre Hurtado.
El matrimonio cristiano no es la simple unión de dos personas que se aman, sino algo mucho más profundo y más sublime: es la donación total del marido a la mujer y de la mujer al marido para realizar, amándose, los designios de Dios, para ayudarse en las contrariedades de la vida y para colaborar en el plan del Creador, perpetuando la vida en el mundo, la vida natural y, con ayuda de la Iglesia, la vida sobrenatural. Prolongando así el cántico de amor de nuevos seres que alaben y amen a Dios en el tiempo y en la eternidad.
Para realizar a esta obra, Jesucristo, con sus poderes divinos, los ha instituido, a ustedes esposos, ministros de un sacramento. En los demás sacramentos de la Iglesia el ministro ordinario es el sacerdote: él es quien consagra el Cuerpo de Cristo, él quien perdona los pecados; en el sacramento del matrimonio, son ustedes los ministros, ustedes son los que, al dar el sí definitivo e irrevocable que los une para la eternidad, obtienen de Dios un aumento de gracia para sus vidas: la gracia de la habitación de Dios en ustedes, el derecho a la gloria eterna, la amistad íntima con el Creador. Esta gracia se adquiere por el Bautismo y aumenta mediante la recepción de los sacramentos; la aumentarán pues ustedes ahora al celebrar el matrimonio. Esta ayuda divina, más que ninguna cualidad humana, ha de hacerlos entrar en la nueva vida que abrazan, tranquilos, llenos de un sano optimismo y de franca alegría.
El matrimonio cristiano, así concebido, adquiere razones para ser respetado y venerado por los hombres, que Jesucristo no tuvo reparo en tenerlo como ejemplo y modelo para describirnos el amor que Él mismo ha tenido por la Iglesia. Esposos –dice San Pablo escribiendo a los Efesios– amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se sacrificó por ella (Ef 5,25). Este amor de Cristo y de su Iglesia ha de ser el modelo del matrimonio cristiano: la esposa, compañera del hombre, y no sierva como en la antigüedad pagana, sujeta al marido como la Iglesia a Cristo; el marido amando a su mujer como a su propio cuerpo, como Cristo a la Iglesia, que loco de amor por ella no duda en dar su vida, y morir por la Iglesia, esto es, por nosotros.
Los esposos celebran el matrimonio cristiano y viven después según él. Al cumplir los deberes matrimoniales crecen de día en día en santidad, esto es, en amistad de Dios. Al propio tiempo profundizan e intensifican su amor, al descubrir que ambos tienen un amor común, el más grande de la vida: Dios, a quien estamos obligados a amar sobre todas las cosas, y se encontrarán perpetuamente unidos en una eternidad feliz, sin sombra de dolor ni de nuevos distanciamientos.
Queridos esposos, esto es lo que he pedido hoy al Señor en la santa Misa para ustedes. Que su nuevo hogar, en estos tiempos de disolución de la familia, de tanta corrupción familiar, sea un ejemplo, tanto más visible cuanto más destacada es la situación de ustedes. Que su hogar refleje la austeridad de los antiguos hogares chilenos que hicieron grandeza de nuestra Patria. Son éstos mis mejores votos al bendecir en nombre de la Iglesia vuestro matrimonio.