El próximo 2 de octubre la Colección Jesuita de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Alberto Hurtado presentará el libro “La formación jesuita de Alberto Hurtado. De Chillán a Lovaina 1923-1936″. Su autor es de Manuel Salas, historiador del Instituto de Historia de la Universidad de Los Andes. La actividad será presentada por Fernando Montes S.J, y Alexandrine de la Taille, Doctora en Historia. Ofrecemos una reseña de este libro.
La larga formación de Alberto Hurtado como jesuita dio origen a la tesis doctoral del historiador Manuel Salas, cuyo título inicial fue: “De Chillán a Lovaina”, aludiendo a las ciudades en que el Padre Hurtado inició y concluyó su preparación para convertirse en sacerdote. No obstante, Manuel Salas afirma: “Todos los planos en Alberto se hacen uno en la formación de una impronta ignaciana que (desde que se incorporó en 1923 a la Compañía de Jesús) muestra diferencias particulares de aproximación según las distintas instituciones y lugares que le toca vivir (Chillán, Córdoba, Sarriá, Lovaina)”, afirma el autor.
Causó una revolución, sin ser revolucionario
A lo largo de las páginas de este libro, Manuel Salas entrega datos, testimonios y anécdotas acerca de los distintos lugares donde estudió el Padre Hurtado, las características e ideas de sus principales maestros, el comportamiento de Alberto en los mismos lugares y la filosofía y teología de todas las escuelas donde estudió. Este minucioso trabajo permite comprender lo que realmente significó esta extensa educación para el sacerdote jesuita y cómo ayudó a forjar a uno de los más grandes personajes de la historia de Chile.
Manuel Salas afirma que el Padre Hurtado siempre obedeció a quienes estaban por sobre él en la jerarquía eclesiástica, sin ánimos de ser un revolucionario o ir en contra de la corriente:“Esto hace a Alberto ser más propenso a un reformismo moderado sujeto a una fidelidad y a una obediencia clara a sus superiores y al Magisterio de la Iglesia, y que corrobora las palabras del jesuita Jaime Correa quien dice que Alberto, ‘era un hombre muy virtuoso, nunca fue él conflictivo con los superiores, nunca tuvo una actitud contraria’”.
Alberto llega al Noviciado de Chillán a hacer su primera probación. En este lugar comienza a empaparse del exigente espíritu de San Ignacio, donde debe desprenderse de su familia, amigos y toda su vida anterior. En esta primera etapa no estudia mucho, debido a que es un trabajo sustancialmente espiritual, concenctrándose en vivir la ascética ignaciana, lo que a veces fue muy difícil para algunos novicios. Sin embargo, el tremendo entusiasmo de Alberto por ingresar a la orden hizo que llevará a cabo todos los ejercicios de la mejor manera, y superar todas las dificultades que esto requería. Manuel Salas se detiene a hablar sobre el Padre Jaime Ripoll, hombre muy exigente que fue maestro de Alberto en Chillán, conocido por su dureza. Aparentemente, Hurtado lo habría conocido en la etapa menos brusca de su vida, pero igualmente fue un hombre que lo marcó en este lugar.
Luego de un intenso trabajo espiritual, Alberto cruza la cordillera al juniorado de Córdoba, al que llega en un momento ideal, ya que según Salas, los jesuitas del lugar “se sentían tranquilos de estar entregando la misma formación que se daba ‘en nuestras buenas casas de Europa’”.
En Argentina, Alberto se ve sometido a una estricta formación intelectual, siguiendo los principios del Radio Studiorum y otras tradiciones escolares de la orden jesuita. Aquí, el futuro santo comienza a aprender mucho sobre la visión del espíritu de Cristo que marcaría todo su trabajo posterior. Luego de sus estudios en Córdoba, cruza el atlántico rumbo a España, una experiencia muy significativa para él.
Alberto llega al Colegio Máximo de Sant Ignasi de Sarriá-Barcelona, un lugar bellísimo e imponente, con una de las bibliotecas más envidiadas del viejo continente. En esta etapa se habla mucho de Wlodzimierz Ledóchowski, General de la Compañía de Jesús, quien hizo un llamado a los jesuitas de no politizarse en los tensos momentos que vivía el mundo.
El Padre Hurtado conoció muy de cerca el tema de la cuestión catalana. En Barcelona, se estudiaba y discutía filosofía, siempre en el marco de la escolástica (específicamente la escolástica suarista, un tomismo trabajado con ideas del jesuita Francisco Suárez). El autor cuenta que esta corriente era la única alternativa en este lugar. Sin embargo, no se pretendía que los alumnos se convirtieran en unos grandes pensadores ni mucho menos, sino que la idea era que la filosofía les sirviera como una herramienta práctica, por lo que a veces podía jugar en contra el hecho de manejar únicamente la línea de la escolástica. “La teología con la que se formó Alberto en Barcelona (al igual que la que más tarde cursará en Lovaina) estaba impregnada por la devoción al Sagrado Corazón y a Cristo Rey”, cuenta Salas. A esto el Padre Hurtado le daría muchas vueltas, utilizando la imagen de Cristo Rey por su amor, para así tomar las miserias y necesidades ajenas como propias, porque ellas son de Cristo.
Luego de Barcelona, Alberto pasa una breve temporada en Irlanda, para luego partir al teologado en Lovaina, Bélgica. En paralelo a su llegada al Colegio Máximo, también ingresa a la Universidad Católica de Lovaina, al programa del Instituto de Psicología y Pedagogía. Esta ciudad es un importante centro educacional, que podría ser llamado el corazón de la intelectualidad católica europea. León XIII había elegido esta universidad como el núcleo para su programa de renovar y resituar el tomismo. En Lovaina, Alberto se preocupó mucho de la vida religiosa de la ciudad, la cual aparentemente había disminuido mucho en piedad y espiritualidad. Por eso participó en diversas actividades para incentivar la religiosidad y el catolicismo. También conoció a Raymond Buyse, su director de tesis, que le ha dedicado las mejores alabanzas. al Padre Hurtado.
El Colegio Máximo de San Jan Berchmans de Lovaina fue donde Alberto llevó a cabo la parte final de su preparación para la ordenación sacerdotal. Aquí “se le dio la posibilidad de empaparse en el Colegio Máximo de los ‘debates en torno a las nuevas visiones teológicas’ que publicaban los mismos profesores del teologado”. Se compartía el mismo propósito que movilizaba al Padre Hurtado en Lovaina, ya que existía un consenso de que el mundo estaba cada vez más alejado de la religión y había que hacer algo para salvarlo. Se trabajaba la “teología positiva”, que se basa en los documentos y fuentes existentes, junto con la intención de darle una dimensión histórica a esta disciplina. Esta época es la que más podemos hablar del “reformismo moderado” (de Pío XI), del cual San Alberto Hurtado parece ser un fiel representante.
Finalmente, llega el momento de la tercera probación, donde Alberto obtiene el grado de Licenciado, reafirma sus convicciones, renueva su espíritu y amor a la institución y pasa a ser plenamente parte de la orden jesuita.
“Todo lo que recibió entre los jesuitas, le permitió a Hurtado crecer como hombre y como religioso, y adquirir una visión más profunda y científica del problema social que lo había marcado desde joven”, afirma Manuel Salas cuya tesis señala que la formación de Alberto fue clave para que naciera el Santo con el que estamos familiarizados.