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Santuario Padre Hurtado, un oasis en el camino

Escrito por Fundacion Alberto Hurtado

Todo en el Santuario está pensado para que nuestra visita a este lugar nos haga experimentar la inmensa verdad de que en Alberto Hurtado, Dios visitó a nuestro pueblo.

Puede que ninguno de nosotros haya experimentado la angustia de necesitar una fuente de agua en medio de un paisaje desértico, y que ésta no aparezca por ningún lado. Puede que ninguno de nosotros se haya visto en esa situación en donde la angustia crece y crece, en que la desesperación empeora las cosas, en donde pareciera que no vamos a ser capaces de dar un paso más, y todo indica que estamos enfrentando los últimos instantes de nuestra vida. Sin embargo, cuando ya estábamos vencidos, ¡¡¡se produce el hallazgo!!! Y aun pensando que nuestros ojos nos engañan, solo cuando sentimos toda su frescura en nuestras manos, en el rostro, y especialmente, en la garganta, nos damos cuenta que no hay nada más grande, nada más hermoso y nada más valioso que ese oasis que nos ha salvado la vida. Puede que no hayamos estado en esta situación, pero todos sabemos lo que es un oasis, o al menos, creemos saberlo.

No obstante, además de estos oasis concretos en medio de algún desierto, hay otros tan reales como los primeros que se nos aparecen en otros contextos de desierto, de sequedad, de sed, de búsqueda. La experiencia de la sed no es solo algo corporal. También es espiritual. Está la sed de sentido ante una dispersión que nos desgasta; de respuesta ante preguntas que nos impiden avanzar; de paz ante la angustia que nos atraviesa por dentro; de alegría ante la pena que ya nos ha secado las lágrimas. Por eso tal vez, sabemos lo que es un oasis, porque puede que no nos hayamos perdido en ningún desierto, pero sí nos hemos perdido en la vida y encontrarnos con algo que nos devuelve la esperanza es como haber encontrado ese oasis paradisiaco.

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El Santuario del Padre Hurtado es un verdadero oasis, en todo sentido, en todo el valor de la palabra. Es un oasis en medio de las calles de la comuna de Estación Central: calurosas, destruidas por tanto bus y camión, llenas de suciedad –más que por despreocupación de las autoridades municipales, sucede que nos hemos acostumbrado a convivir con la basura-, sombrías por falta de verde. En este contexto, el Santuario con su gran parque y jardines laterales, nos ofrece un descanso para la vista, un aire fresco en medio del calor y la simple belleza de lo que se cuida.

Sin embargo, junto con eso, su valor de oasis nos lo regala a esa búsqueda interna, a esa sed de paz, consuelo y esperanza que es tanto más necesaria en ocasiones a la corporal. Todo en el Santuario está pensado para que nuestra visita a este lugar nos haga experimentar la inmensa verdad de que en Alberto Hurtado, Dios visitó a nuestro pueblo. Y no es solo porque nos podemos encontrar con este hombre transformado por su encuentro personal con el Señor que lo miró a los ojos, sino porque el contacto con aquello que ocupó su corazón, también nos puede transformar a nosotros. Y así como el Padre Hurtado fue capaz de vivir contento en medio de las dificultades, ese contacto hará que nosotros nos acerquemos a esta gracia y nos atrevamos a vivir de la misma manera. El Santuario es un oasis y, tal vez, de los que más ansiamos en estos tiempos.

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Hay algo maravilloso cuando hacemos el camino desde la entrada. No sé cuál sea la necesidad que nos traiga por acá, pero al comenzar a caminar por la rampa que conduce a su tumba ya se produce el regalo. Comenzamos a bajar, y al bajar nos vamos desprendiendo del ruido, el calor y la ansiedad de la ciudad, ayudados por una música que nos conecta con otra realidad. La frescura de ese camino sinuoso enmarcado por esas grandes murallas, cual páginas de un libro que se abre, nos va develando de a poco la riqueza que guarda, dándonos tiempo de desprendernos de todo lo que cargamos. Solo al final, dando la última gran curva circundada por la sonoridad del agua que recorre los distintos niveles de una pileta, nos encontramos con una capilla que nos acoge como dos brazos que se abren. Son los brazos del Padre Hurtado. Es el oasis que andábamos buscando.

P. Jorge Muñoz A., SJ

 

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