Extracto de “La orientación fundamental del catolicismo”, documento redactado poco después del final de la Segunda Guerra Mundial y sirvió de base a algunas páginas de Humanismo Social.
Mucho cambiará en nosotros si llegamos a comprender a fondo el sitio que ocupa el amor en el cristianismo. La actitud de amor hacia nuestros hermanos, el respeto hacia ellos, el sacrificio de lo nuestro por compartir con ellos nuestras felicidades y nuestros bienes, fluirán como consecuencias necesarias y harán fácil una reforma social.
El Mensaje de Cristo es “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Este Mensaje fue comprendido en toda su fuerza por sus colaboradores más inmediatos, los apóstoles. “El que no ama a su hermano no ha nacido de Dios.”(1Jn 2, 1). “Si pretendes amar a Dios y no amas a tu hermano mientes” (1Jn 4, 20). “Si alguien que tiene bienes de este mundo ve a su hermano en necesidad y no se apiada de él, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?” (1Jn 3, 17). Después de recorrer tan rápidamente unos cuantos textos, no podemos menos que concluir que no puede pretender llamarse cristiano quien cierra su corazón al prójimo.
Se engaña si pretende ser cristiano quien acude con frecuencia al templo pero no al conventillo para aliviar las miserias de los pobres. Se engaña quien piensa con frecuencia en el cielo, pero se olvida de las miserias de la tierra en que vive. No menos se engañan los jóvenes y adultos que se creen buenos porque no aceptan pensamientos groseros, pero que son incapaces de sacrificarse por sus prójimos. Un corazón cristiano ha de cerrarse a los malos pensamientos pero también ha de abrirse a los que son de caridad.
Al buscar a Cristo es necesario buscarlo completo. Él ha venido a ser la cabeza de un cuerpo cuyos miembros somos, o estamos llamados a serlo, nosotros los hombres, sin limitación alguna de razas, cualidades naturales, fortuna, simpatías… Basta ser hombre para poder ser miembro del Cuerpo Místico de Cristo, esto es para poder ser Cristo.
El que acepta la Encarnación la ha de aceptar con todas sus consecuencias. Este es uno de los puntos más importantes de la vida espiritual: desamparar al menor de nuestros hermanos es desamparar a Cristo mismo, aliviar a cualquiera de ellos es aliviar a Cristo en persona.
Cristo se ha hecho nuestro prójimo, o mejor nuestro prójimo es Cristo que se presenta a nosotros bajo una y otra forma: preso en los encarcelados, herido en un hospital, mendigo en las calles, durmiendo bajo la forma de un pobre bajo los puentes de un río. Por la fe debemos ver en los pobres a Cristo y si no lo vemos es porque nuestra fe es tibia y nuestro amor imperfecto. Por esto San Juan nos dice: si no amamos al prójimo a quien vemos, ¿cómo podremos amar a Dios a quien no vemos? ¿Si no amamos a Dios en su forma visible cómo podremos amarlo en sí mismo?
Este amor al prójimo es el que ofrece los mayores obstáculos. Amar a Dios en sí es más perfecto, pero, más fácil; en cambio amar al prójimo, duro de carácter, desagradable, terco, egoísta, pide al alma una gran generosidad para no desmayar.
Este amor ha de ser universal, sin excluir positivamente a nadie, pues, Cristo murió por todos y todos están llamados a formar parte de su Reino. Por tanto aun los pecadores deben ser objeto de nuestro amor: que hacia ellos se extienda por tanto, también, nuestro cariño, nuestra delicadeza, nuestro deseo de hacerles el bien, y que al odiar el pecado no odiemos al pecador.
La ley del amor no es para nosotros una ley muerta, tiene un modelo vivo que nos dio ejemplos de ella desde el primer acto de su existencia hasta su muerte y continúa dándonos pruebas de su amor en su vida gloriosa: ese es Jesucristo, “que pasó por el mundo haciendo el bien” (Hch 10,38). Jesús nos muestra su amor con los leprosos que sanó, con los muertos que resucitó, con los adoloridos a los cuales alivió. Consuela a Marta y María en la pena de la muerte de su hermano…; en fin no hubo dolor que encontrara en su camino que no aliviara.
Para nosotros el precepto del amor es recordar la palabra de Jesús: “Ámense unos a otros como yo los he amado”. ¡Como Jesús nos ha amado! Entonces, seamos cristianos, amemos a nuestros hermanos.
San Alberto Hurtado S.J.