Casi todos pensamos en los santos como personas “perfectas”, sin luchas, que siempre se sentían bien, que tenían las cosas siempre claras, que todo les salía según lo deseado… por supuesto al ver a estos “ídolos” y vernos a nosotros, a muchos nos invade cierta desazón ante tanta distancia: pensamos que nunca podremos ser así. Super hombres, super mujeres…
Como que la santidad fuera para unos pocos… pero definitivamente no para nosotros. Sin embargo, el Concilio Vaticano II proclamó solemnemente: “Todos los fieles, de cualquier estado o condición, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad” (Lumen Gentium, 40). Usé antes la palabra “ídolos” porque, efectivamente, esta imagen de los santos como seres invulnerables y perfectos, casi como superhéroes, es idolátrica. Queremos imaginarnos que podemos ser así, que podemos llegar a un punto en que ya no existirán más preguntas, más luchas, que las cosas ya no nos costarán, y nos topamos una y otra vez con la realidad de que si nos cuestan, de todo lo que no sale como queríamos… la realidad se nos resiste.
Y es que este pensamiento es idolátrico: buscar sentirnos siempre bien. Ni siquiera a los superhéroes, como a Spiderman al perderlo todo por salvar lo que amaba.
Nuestra Iglesia es tan rica. La historia de los santos es tan variada. A nosotros, seres de carne, se nos olvida que también ellos eran de carne… se nos olvida Mateo Talbot, irlandés que combatió toda su vida con el alcoholismo. O San Agustín y su lucha contra la lujuria, que no lo dejaba optar por Dios al momento de su conversión, y que podemos presumir que se mantuvo durante largos años. O Catherine Doherty, a quien he citado algunas veces: desterrada de su país, casada muy joven con un esposo que era abusivo y la engañó varias veces, se dedicó a ser mesera, lavandera; en esos años pensó en el suicidio… años después fundó un apostolado católico del cual terminó siendo expulsada, no una, sino dos veces. O San Francisco de Sales, del que se decía que era el más dulce de los santos; pero cuando murió y revisaron bajo su escritorio, vieron las marcas de las uñas que clavaba en la madera cuando sentía enojo, aunque se esforzaba por ser paciente con la persona que tenía al frente.
O – por qué no – nuestro propio Padre Hurtado. Si lo pensamos, en verdad a los ojos del mundo, no le fue muy bien… lo que nos puede sorprender. Queda huérfano de padre cuando era pequeño, lo que le debe haber dejado una herida. Solo vive 16 años en Santiago, porque la muerte lo pilla joven. Renuncia a la Acción Católica, porque si no lo hacía, lo iban a echar por diferencias con el obispo. Fue muy criticado y perseguido por sus ideas, que se consideraban de avanzada, en un mundo en el que ser católico era sinónimo de militar en el Partido Conservador. Se duele cuando pierde a sus amigos y sufre mucho por ello. De sus obras, quizás solo el Hogar de Cristo prosperó; pero la ASICH (Asociación Sindical Chilena) a la que dedicó sus últimos años, muere con él. Hasta su muerte, se seguía preguntando si estaba donde Dios lo quería, por dónde debía ir. Seguía siendo un vulnerable peregrino de corazón grande… más parecido a nosotros de lo que creemos.
Y, sin embargo, ¡qué vida más fecunda! El misterio del grano de trigo que, si no muere, queda solo, pero que, si muere, da mucho fruto. Por eso, cuando sientas que no estás a la altura, que no puedes con tus adicciones o tus luchas; te sientes mal porque te enojaste y trataste mal a alguien; o estás teniendo una mala racha; no lograste ir al gimnasio, llegaste atrasado, y te encuentras con la dolorosa realidad que no eres perfecto o perfecta… recuerda: hay un éxito en los fracasos, como dice el Padre Hurtado, y como nos recuerda en la siguiente meditación sobre la resurrección, que nos pareció apropiado compartir al cerrarse el domingo pasado, día de Pentecostés, el tiempo pascual. La predicó en unos Ejercicios Espirituales para el clero de Temuco, la última semana de febrero de 1939.
No todo es Viernes Santo. ¡Resucitó Cristo, mi esperanza! “Yo soy la Resurrección” (Jn 11,25). Está el domingo, y esta idea nos debe de dominar. En medio de dolores y pruebas… optimismo, confianza y alegría. Siempre alegres: Porque Cristo resucitó venciendo la muerte y está sentado a la diestra del Padre. Y es Cristo, mi bien, el que resucitó. Él, mi Padre, mi Amigo, ya no muere. ¡Qué gloria! Así también yo resucitaré “en Cristo Jesús” … y tras estos días de nubarrones veré a Cristo.
Porque cada día que paso estoy más cerca de Cristo. Las canas… El cielo está muy cerca. Cuando este débil lazo se acabe de romper… “deseo morir y estar con Cristo” (Flp 1,23). Porque Cristo triunfó y la Iglesia triunfará. La piedra del sepulcro y los guardias creyeron haberlo pisoteado. Así sucederá también con nuestra obra cristiana. ¡Triunfará! No son los mayores apóstoles los de más fachada; ni los mejores éxitos los de más apariencia. En la acción cristiana hay ¡el éxito de los fracasos! ¡Los triunfos tardíos! En el mundo de lo invisible, lo que en apariencia no sirve, es lo que sirve más. Un fracaso completo aceptado de buen grado, más éxito sobrenatural que todos los triunfos.
Sembrar sin preocuparse de lo que saldrá. No cansarse de sembrar. Dar gracias a Dios de los frutos apostólicos de mis fracasos. Cuando Cristo habló al joven rico del Evangelio, fracasó, pero, cuántos han escuchado la lección; y ante la Eucaristía, huyeron, pero ¡cuántos han venido después! ¡Trabajarás!, tu celo parecerá muerto, pero ¡cuántos vivirán gracias a ti! (1)
Y tú, ¿qué imagen tienes de los santos? ¿Crees que puedes serlo? ¿Crees que tienes que ser perfecto o perfecta? ¿Cuándo te sientes importante o vulnerable, puedes convertirlo en diálogo con Dios, con tus seres queridos? ¿Cuál ha sido el mayor éxito de tus fracasos?
¡Los leemos!
(1) Hurtado, S. A. (2004). Un fuego que enciende otros fuegos. Páginas escogidas de San Alberto Hurtado. Santiago: Fundación Padre Hurtado.
Nuestro blogger esta semana es Alberto Hurtado SJ. Fue sacerdote, jesuita, abogado, psicólogo y educador, viajero y amiguero. Trabajó en la Acción Católica, fundó el Hogar de Cristo, y dio muchos retiros y charlas. Se dedicó a la formación de jóvenes, mujeres, hombres y en la última parte de su vida fundó la ASICH y trabajó con líderes sindicales. Según lo que hemos escuchado, le gustaban los tangos, se emocionaba hasta las lágrimas fácilmente (¡era muy sensible! Él no se creía eso de que “los hombres no lloran”); era “acaballado”, y cuentan las malas lenguas, que manejaba muy mal. Fue declarado santo de la Iglesia Católica el año 2005 por Benedicto XVI, y pronunciado Padre de la Patria por el presidente de Chile don Ricardo Lagos. Puedes visitar su tumba en el Santuario Padre Hurtado, en Estación Central (Av. Padre Hurtado 1090).
Bárbara Symmes Avendaño, encargada de contenidos de la Fundación Padre Hurtado, es doctoranda en filosofía de la Universidad de los Andes, licenciada en Historia de la PUC y educadora. Le encanta viajar, los deportes, el cristianismo oriental y tiene alma de apóstol. Hizo su tesis de historia sobre el Padre Hurtado y los jóvenes, y ahora está trabajando temas de relacionalidad, feminismos, mujer y afectividad desde la filosofía.
Qué necesario recordar (y recordarnos) constantemente que la santidad no es “que nada nos cueste” o “que todo me sea fácil o me salga bien.” Que puedo ser santa con mis fragilidades y en mi contexto porque Dios siempre me da la gracia. Gracias por compartir!
Gracias @Mapi. Pensamos que todo lo tenemos que lograr. Nos cuesta acoger y entender la gratuidad y la gracia de Dios: de que Él nos amó primero. Nosotros nunca seremos suficientes, pero si con su amor. Con Dios primero. Como decía Santa Teresa de Jesús: Teresa y un maravedí (una moneda muy chica), no pueden nada, pero Teresa, un maravedí y Dios lo pueden todo. Un abrazo
Todos estamos llamados a llevar un camino de santidad por algo estamos echos a imagen y semejanza de Dios nuestro señor,tenemos el potencial.
Y no necesitas ser especial para Dios, sin embargo nos exigue tomar nuestras cruces y seguirlo
A unque a veces esas cruces se tornen muy pesadas tener presente las palabras de nuestro San Alberto Hurtado el dolor es siempre la visita de Dios,siempre se puede aprender de cada experiencia vivida y nos encontramos en aprendizaje para encontrar el tan ansiado regreso a casa de nuestro Padre.
Gracias querida @Rayén. A veces, el dolor más grande es no ser perfectos… y es tan rico darse cuenta que uno no tiene que serlo. Que Dios nos ama antes que hagamos nada. ¡Gracias por tu comentario!
No tengo duda alguna de mis debilidades y pecados…sin embargo tengo certeza de que el Cristo, Jesús, me perdonó y me redimió…todos estamos en camino a Dios, pues Cristo vive !!
Así es @Pedro. Qué hermoso lo que dices. ¡El amor de Dios puede mucho más que todas nuestras faltas! Un abrazo
Gracias por este artículo, lo he leído varías veces esta semana y cada vez que lo leo me invade un sentimiento de paz al sentir que el camino hacia a Dios tiene luces y sombras para todas y todos. El amor de Dios perdona y anima a seguir hacia él, tal cual lo hizo Alberto Hurtado primero un nińo, luego un hombre que anheló siempre seguir a Cristo “ a pesar de todo “
Que bueno saberlo, @María Paz. Es siempre reconfortante saber que no tenemos que ser un superhéroe, y que los santos tampoco lo fueron. Que la santidad se da en la “normalidad” de nuestros afanes del día a día… de las cosas que logramos y las que no…y que Dios trasciende todo eso. Un abrazo.